MEMORIA DEL TERROR

EGO3 agosto, 2016

(Violencia y homicidio en Honduras, 2010-2014)

Homicidio en el contexto latinoamericano.

América Latina es una región históricamente violenta. Por ello, hoy día registra los más altos índices de violencia y criminalidad, además de una de las mayores tasas de homicidio del mundo (UNODC, 2011). Desde la década de 1980, diversos factores como la Guerra Fría y el incremento del tráfico de armas y drogas, impusieron una etapa de extrema violencia ciudadana y estatal manifestada en cerca de 50,000 homicidios ocurridos en el transcurso de la década comprendida entre el 2004 y el 2014. El homicidio ha sido perpetrado como una forma de defensa y control personal de uno o de varios individuos frente a una determinada población, como en efecto sucedió desde los años posteriores a la Independencia de los Estados hispano americanos, con la implantación del Caudillismo que asoló de muertos a los territorios por las pugnas del poder político (Tateiwa, 1992). El homicidio ha sido utilizado como un medio de justicia propia, y representa las formas de vida más tradicionales y enraizadas de las sociedades latinoamericanas.

Un pasaje que puede resultar ilustrativo de lo que afirmamos es el famoso argumento de la novela del escritor colombiano Gabriel García Márquez Crónica de una muerte anunciada, en la que el hilo principal de la narración comprende la conspiración de asesinato de los hermanos Vicario contra Santiago Nazar como parte de una enconada venganza contra éste por suponerlo culpable de “deshonrar” a la hermana menor de los Vicario; al mismo tiempo, aunque todos en el pueblo conocían las intenciones de los hermanos Vicario contra Nazar, ninguno impidió el fatídico final de la historia. Allí encontramos una clásica situación latinoamericana de violencia manifestada en homicidio, pues al final Santiago Nazar es abatido a cuchilladas por los hermanos, quienes de lejos parecen haber realizado un acto de legítima defensa por el honor familiar, o por lo menos así se comprendía —de alguna manera— en las costumbres de la época.

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No obstante, al contrario de disminuir, las relaciones de homicidio y violencia han experimentado una crecida sin precedentes. Entre algunos de los países del área hispanoamericana que presentan mayores indicadores de violencia, criminalidad y homicidio están: Colombia, México, Venezuela, los países del Caribe, y el Triángulo Norte de América Central (Guatemala, El Salvador y Honduras). De entre éstos, las ciudades de México y Honduras se disputan los primeros lugares de violencia mundial, según lo  planteado en el Informe Regional de Desarrollo Humano 2013–2014, Seguridad Ciudadana con Rostro Humano: diagnóstico para América Latina. De este modo, los países que han presentado mayores índices de violencia homicida a lo largo de las tres últimas décadas (1980–2010), son aquellos cuyo principal problema social es el narcotráfico y el tráfico de armas, como es el caso preciso de México, Colombia, Jamaica y el Triángulo Norte centroamericano (Orozco, 2012).

De hecho, con respecto a la categorización de los homicidios, la Organización Panamericana de la Salud (2010) revela que el 81% de los países de la región latinoamericana permanecen en la categoría de “situación epidémica”, debido al tumultuoso registro de asesinatos diarios. En la tabla presentada por UNODC (2012),  las naciones con mayor tasa de homicidios hasta 2013 eran: Jamaica, con 58.4; El Salvador, 57.3; Honduras, 50.1; Venezuela, 47.7; Guatemala, 43.3; Colombia, 38.8; y México, que extrañamente aparece en el puesto número 25 de la lista con tan sólo un 8.1% de homicidios por cada 100,000 habitantes, aun cuando sabemos de la enorme crecida de los homicidios por droga que ha experimentado la nación mexicana en los últimos años.

Entre la última década del siglo XX, la primera y lo que va de la segunda del siglo XXI, el homicidio mundial ha alcanzado niveles de enorme crecimiento. Según el informe Rosenberg (2008), para el año 2,020 el homicidio será la décima causa de muerte en el mundo. Por otro lado, la Organización Mundial de la Salud ha estimado que sólo en el año 2,000 el 37% de las personas muertas por actos violentos fueron asesinadas, y la Oficina de Naciones Unidas Contra las Drogas y el Delito (2010) declaró alrededor de medio millón de homicidios relacionados con el crimen y la droga, sobre todo en países de Asia y América Latina.

TEG01. EL PARAISO (HONDURAS), 25/07/2009.- Un joven seguidor del depuesto presidente de Honduras, Manuel Zelaya, fue encontrado muerto hoy, 25 de julio de 2009, con señales de tortura en el sector de Alauca, departamento de El Paraíso, limítrofe con Nicaragua, informaron vecinos de la zona. La víctima, que fue identificada solamente por su nombre, Pedro Ezequiel, tiene evidencias de torturas en sus manos, heridas en el rostro y otras lesiones en varias partes de su cuerpo, indicaron a Efe personas que aseguran que el joven fue detenido ayer por autoridades hondureñas. EFE/Ulises Rodríguez

El homicidio como factor histórico de la violencia en honduras.

El empleo de la violencia y la fuerza ha sido un componente de la sociedad hondureña, y según el Índice de Seguridad Pública/Centroamérica (2013), cada 73 minutos una persona es asesinada en Honduras. La situación de la seguridad pública se ha deteriorado exponencialmente en la última década: la tasa de homicidios creció de 30,7 cada 100.000 habitantes en 2004 a 85,5 en 2012. Ello afecta de manera muy significativa la posibilidad de la población de vivir en un ambiente de convivencia y paz, y además se perturba el entorno de vida en general.

Al mismo tiempo, la inseguridad en los espacios públicos alimenta la cultura del miedo. Para citar un ejemplo, un promedio de 7 taxistas por mes fueron asesinados en 2012, y el 60% de las víctimas mujeres fueron atacadas en plena calle. Si bien la curva ascendente de homicidios de la última década se detuvo en 2012, el sólo hecho que los femicidios o el asesinato de policías permanezcan sin resolver (en un 91% y 85% respectivamente) nos muestra claramente la situación de la sociedad hondureña: violencia, inseguridad e impunidad.

Sin embargo, toda esta situación de inseguridad provocada por la cultura de la violencia, no es sino el recrudecimiento de los muchos problemas que la nación ya tenía desde los siglos XIX y XX. Una muestra de ello fueron los sangrientos sucesos que supusieron las guerras civiles de 1919 y 1924, que entre ambas reportaron cerca de 15,000 muertos en un país cuya masa poblacional era todavía inferior al millón de habitantes, lo cual suponía un verdadera calamidad (Soriano, 2009).

07) Carías y Antonio Bermúdez Meza, Canciller, en Toncontín.

Por otro lado estuvieron La Guerra de los Traidores y el cariato, dos procesos históricos en donde el uso de la intimidación y el asesinato estuvieron a la orden del día (Dodd, 2008).

Luego vinieron los conflictos civiles de las décadas de 1970 y 1980 —influenciados por la Guerra Fría y la Revolución Sandinista en Nicaragua—, de los que heredamos el auge de los desaparecidos y los altos índices de homicidio y violencia que han permanecido hasta la primera década del siglo XXI. Todo este escenario de violencia homicida llevó a los gobiernos hondureños, entre 1989 y 1998, a la creación de nuevos entes jurídicos que velaran por el bienestar, la seguridad y la integridad de los ciudadanos: Ministerio Público, Comisionado Nacional de los Derechos Humanos (CONADEH), etc.

Fuera de esto, con la formación de grupos y pandillas criminales desde mediados de la década de 1990, la violencia y el homicidio se transformaron en actividades altamente lucrativas, y permanecen en manos de las dos principales organizaciones  criminales radicadas en Honduras: la  mara Salvatrucha (MS 13) y la mara Barrio 18. A la vez, el estudio realizado por RESDAL (2013) revela que entre algunas de las causas de la violencia manifestada por estos grupos están factores como: la deserción escolar, la violencia escolar, familiar y social; la separación y la fragmentación familiar, desempleo, pobreza, etc. De hecho, este mismo estudio plantea que son éstas las principales características de aquéllos menores y jóvenes que se suman a las maras, cuyo seno representa una especie de familia para ellos.

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Según el Programa Nacional de Prevención, Rehabilitación y Reinserción Social, Situación de Maras y Pandillas en Honduras 2010-2011, desde la llegada y crecimiento de las pandillas a Honduras, entre fines del decenio de 1980 y mediados de 1990, el poderío delincuencial de éstas ha llenado de luto y horror a la población hondureña por casi dos décadas. Mientras tanto, para el Observatorio Nacional de la Violencia (2012), a pesar que estos grupos impusieron el terror ciudadano durante la década de 1990, fue hasta los primeros años de la década de los 2000 cuando comenzó una época de crueldades y horror: asesinato, masacres, robo, sicariato, secuestro (personal y territorial), extorsión, fraude, falsificación de documentos y monedas; tráfico de armas, de personas, y sobre todo de drogas.

Hasta el 2014, Honduras  registraba un asesinato cada 73 minutos (Índice de Seguridad Pública, 2013). El Estado no crea las condiciones sociales, educativas ni productivas para una población que eminentemente joven que muere y mata a diario, en un pequeño país donde son asesinadas personas de todos los estratos y de todas las edades (principalmente hombres jóvenes de entre 15 y 30 años) de las formas más monstruosas.

En la opinión de algunos teóricos contemporáneos, en muchos países de América Latina las dictaduras se siguen perpetuando mediante la implantación del miedo colectivo a través de diversas manifestaciones de opresión y violencia extrema, sobre todo en aquellas naciones donde los niveles educativos y de trabajo son en verdad mínimos. A esas dictaduras se las ha denominado Dictaduras del terror (Galeano E., 2011). En Honduras vivimos una Dictadura del Terror, el Gran Miedo del que habló Vovelle.

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