Latinoamérica: continuismo y convulsión

EGO5 abril, 2017

La disolución de la Asamblea Nacional por parte del Supremo Gobierno de Venezuela que dirige el presidente Nicolás Maduro; la quema de las instalaciones del Congreso Nacional del Paraguay por parte de los movimientos populares luego que la clase política aprobara la reelección presidencial; el descontento de la población nicaragüense por el nuevo periodo presidencial de Daniel Ortega; así como la división de la sociedad hondureña por la aprobación del proyecto reeleccionista de Juan Orlando Hernández, son algunas de las muestras más claras de cómo los intentos o la consolidación del continuismo —un vicio del pasado siglo— ha vuelto a los gobiernos nacionales de los Estados latinoamericanos casi con las mismas características del pasado: autoritarismo, radicalismo político, gobiernos militarizados, intolerancia y sociedades convulsionadas.

El regreso de los continuismos parece haber llegado de la mano de una generación política que parece haber olvidado, o cuando menos relegado, los hechos históricos que en el pasado dejaron las más cruentas dictaduras en todo el continente. Si algo ha probado el continuismo, sin importar desde qué postura ideológica y económica se ejerza, es que todo gobierno prolongado más allá de la propia convicción del pueblo tiende a convertirse en sistemas de opresión, de miedo y aniquilación de toda forma democrática.

El continuismo en el siglo XXI no es sólo una nueva etapa del ejercicio del poder desde las estructuras del dominio unilateral e impositivo, es también una constante negación de los procesos históricos de represión, muerte, exilio, sublevación y caos a los que debieron enfrentarse la mayoría de los Estados de la región a lo largo de los siglos anteriores, particularmente la serie de gobiernos militares y dictatoriales experimentados por las sociedades hispanoamericanas en el pasado siglo.

Repetir los eventos dictatoriales, así como permitir la proliferación de los continuismos insanos —todo continuismo es insano— significaría tirar al váter los registros y vivencias de una generación (nuestra generación predecesora) que vivió en carne propia los horrores e incontables abusos propiciados por una clase política latinoamericana arraigada todavía a la influencia de la personalidad colonial que veía en el “auténtico líder” al hombre conservador, “cristiano” y de tradición militar.

Incendio en el parlamento paraguayo.
Incendio en el parlamento paraguayo.

El orden y el progreso que propuso la corriente liberal sobre la que fueron establecidos los nuevos Estados hispanoamericanos a finales del siglo XIX, prácticamente concebía que todo gran líder debía gobernar mediante la imposición de la fuerza; sólo así podía lograrse el ordenamiento jurídico y civil, además de la búsqueda de paz que necesitan los Estados para su desarrollo y progreso. A pesar de ello, sí es cierto que fueron muchos de esos gobiernos represivos los que lograron el aplacamiento de los movimientos armados que estuvieron a la orden del día en toda la región, y que por su accionar bélico no permitían el ordenamiento del Estado como figura consolidada. Ese fue el caso de la administración de Tiburcio Carías[1] en Honduras, por ejemplo.

En todo el siglo XX, sobre todo a partir de la década de 1920, las dictaduras latinoamericanas se expandieron por casi todas nuestras naciones. La serie de dictaduras encabezadas por Maximiliano Hernández en El Salvador, Tiburcio Carías y Oswaldo López en Honduras, Jorge Ubico en Guatemala, Anastasio Somoza (padre e hijo) en Nicaragua, François Duvalier en Haití, Rafael Leonidas Trujillo en República Dominicana, Máximo Gómez y Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, Manuel Apolinario Odría en Perú, Alfredo Stroessner en Paraguay, Jorge Rafael Videla en la Argentina, Augusto Pinochet en Chile, y un largo etcétera; impusieron todas el terror, la muerte y el despotismo. Irónicamente, la mayoría de las mismas se desarrollaron paralelamente a los periodos de gobierno de Franklyn Delano Roosevetl en una nación estadounidense que a partir del fin de la Segunda Guerra (una vez muerto Roosevelt) emergió como la primera potencia mundial.

¿A qué obedece esta nueva ola de continuismos impositivos en la región?, ¿por qué los gobiernos continuistas[2] parecen estar de vuelta en detrimento de los sistemas democráticos que creímos fortalecidos?, todo parece indicar que por lo menos uno de los factores principales es el retorno de los modelos ultrapopulistas de izquierda y derecha, pues los populismos exacerbados tienden a degenerar en sistemas unilaterales, impositivos y dogmáticos. Así escriben Max Fisher y Amanda Taub en el caso específico de Venezuela:

«Cuando Hugo Chávez tomó el poder en Venezuela hace casi 20 años, promovió un populismo de izquierda que parecía estar concebido para salvar la democracia. Pero, por el contrario, ha provocado la implosión del modelo democrático en ese país como se evidenció la semana pasada cuando el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) se apropió de las funciones del parlamento…El futuro de Venezuela es una advertencia: el populismo es un camino que, al principio, puede lucir como una democracia. Sin embargo, cuando se lo analiza hasta su conclusión lógica, puede provocar que la democracia se debilite o incluso se convierta en autoritarismo[3]».

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Protestas en Caracas por lo que el parlamento califica como auto golpe de Estado de Nicolás Maduro.

Concluyamos en que ésta es la definición de un medio de trascendencia mundial, pero que de cualquier forma pertenece y defiende los interese imperiales de los Estados Unidos, la nación que por más de un siglo ha ejercido una influencia y dominio voraz en toda la región, y cuyos funcionarios y embajadas han estado involucrados en muchas de las crisis que los países periféricos como Venezuela (y Honduras, por supuesto). Aunque hoy día el término “populismo” abarca no sólo las acciones de la izquierda —por ejemplo se acusa a Trump de ser populista—, el concepto fue recreado el mundo industrializado de la segunda mitad del siglo XX para referirse a las acciones “regalistas y paternalistas” de los gobiernos con tendencias socialistas. Aun así, el populismo existe, y al igual que su contraparte liberal capitalista, ha creado una de las etapas más autoritarias de la presente historia occidental[4].

Otro punto importante parece ser la oposición ejercida por muchos de los países periféricos contra los modelos neoliberales imperialistas fomentados por los grandes consorcios y los organismos supranacionales liderados por los Estados Unidos. De hecho, uno de los puntos referenciales del Socialismo del siglo XXI, fue la válida lucha por la emancipación económica y política de la región, y la no injerencia en la soberanía nacional de EE UU; es decir, no fueron las causas e ideales del Socialismo del siglo XXI los que marcaron el final deleznable para el modelo chavista-socialista sudamericano: fueron los métodos autoritarios y no democráticos utilizados.

Hagamos eco de algo: la dictadura no tiene lado ideológico, una dictadura es una dictadura venga de donde venga y para los fines que sea.

Con respeto al continuismo del presente manifestado a través del releccionismo ambiguo, el historiador Jorge Alberto Amaya, refiriéndose puntualmente al caso hondureño, ha expresado: «Nuestra experiencia reeleccionista en el pasado no ha sido buena, pero ya que las últimas elecciones han sido validadas por todos los sectores, y ya que, a pesar de la ruptura democrática de 2009, tenemos ya una experiencia democrática considerable, creo que el pueblo está listo para responder a un plebiscito o un referendum. Creo que el pueblo sí está listo para la reelección, pero los políticos no».

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Daniel Ortega reelecto presidente de Nicaragua, su esposa Rosario Murillo como vice presidenta.

América latina vive hoy una época de transformación y cambio político y social. Las acciones de control ejecutadas desde los distintos gobiernos tienden a l uso de la fuerza, la imposición de políticas públicas que lesionan la institucionalidad, las democracias y los Derechos Humanos. Optar por el continuismo a través de la figura de la reelección se vuelve una constante, pero ambos factores, continuismo y reelección, ocasionan severos golpes a la estructura social de las sociedades latinas.

En la última década, la región ha experimentado procesos y eventos políticos y sociales que creíamos enterrados: el golpe de Estado en Honduras el 2009, el golpe de Estado en Paraguay a Fernando Lugo, la defenestración de Otto Pérez Molina en Guatemala, el continuismo indefinido y nepótico de Ortega en Nicaragua, la dictadura y crisis venezolana, la guerra contra el narcotráfico, el golpe de Estado contra Dilma Rousseff en Brasil, los escándalos de corrupción de los gobiernos con los “Panama papers” y el caso “Odebrecht”, el fallido acuerdo de paz en Colombia, la muerte de Fidel Castro y el aparente acercamiento entre Cuba y EE UU, etc. Todo ello muestra una región convulsionada.

La experiencia y los hechos del pasado no dan crédito a los proyectos continuistas, y al contrario, develan la inconveniencia de su práctica. El presente latinoamericano está plagado de reelección y continuidad injustificada desde hace ya varios años. Pero esto sólo puede conducirnos a una mayor convulsión.

La reelección ha sido el tema del debate político de la última década en Honduras.
La reelección ha sido el tema del debate político de la última década en Honduras.

Citas al pie.

[1] Dodd, Thomas. Tiburcio Carías, retrato de un líder político hondureño. Instituto Hondureño de Antropología e Historia, Tegucigalpa, 2008. Cfr.

[2] Entiéndase este término en el sentido de “absoluto control del Estado”, y no del «absolutismo»  propio del Antiguo Régimen.

[3] The New York Times. “El ejemplo de Venezuela: cómo el populismo deriva en autoritarismo”, edición del 4/4/2017.

[4] Véase el caso de la URSS y otros similares.

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