LA VIDA SOBRE RUEDAS, EL TAXI [1/2]

EGO22 diciembre, 2016

Cada año, decenas de conductores del transportes público son asesinados en Honduras, convirtiendo el sector transporte es una de las industrias más golpeadas por la criminalidad, la violencia y el homicidio.

Los informes ofrecidos por el Comisionado Nacional de Derechos Humanos[1] (CONADEH) registran que sólo en 2012, unos 84 taxistas perdieron la vida víctimas de homicidio, por móviles ligados a las organizaciones criminales como el asalto, el secuestro, el “ajuste de cuentas” y sobre todo la extorsión.  A mediados del 2014, el entonces Comisionado de los Derechos Humanos en Honduras, el Doctor Ramón Custodio López, manifestó que entre los años 2012 y 2013, más de 150 taxistas fueron asesinados. En síntesis, en la década comprendida entre 2006 y 2016, cientos de conductores de taxi han perdido la batalla contra la inseguridad.

A ellos se suman numerosos pasajeros muertos, secuestrados, asaltados, violados (en el caso de las mujeres), o heridos en atracos a unidades de taxi.

El Pulso consultó a algunos usuarios del punto de taxis colectivos a la Colonia Torocagua de Tegucigalpa —ubicado en el centro de la ciudad— sobre qué medio de transporte consideran el más seguro y por qué. Respecto a esta interrogante, los pasajeros respondieron:

«La verdad que aquí en Honduras todos los medios de transporte son súper peligrosos, porque no se trata del peligro de una ciudad en particular, sino de la gran inseguridad de todo el país. Pero honestamente creo que a pesar de los antecedentes y los peligros que se corren, la opción más factible es el colectivo, porque se viaja con pocas personas, y si por alguna razón uno ve que las personas que se van a subir en el mismo turno que uno son raras o sospechosas, sencillamente uno no se sube y espera otro turno que la convenza. A mí ya me han asaltado en colectivos, pero los prefiero a los buses grandes o los busitos, porque allí sí que me han asaltado demasiado», dijo la maestra de educación primaria Mariana Mayorga.

A street vendor walks between buses during a transport strike in Tegucigalpa, Monday, Dec. 14, 2009.  Public bus drivers are striking to demand the government subsidize the cost of their fares. (AP Photo/Esteban Felix)
«A mí ya me han asaltado en colectivos, pero los prefiero a los buses grandes o los busitos, porque allí sí que me han asaltado demasiado», Mariana Mayorga. (AP Photo/Esteban Felix)

Por su parte, Juan Pablo Maradiaga, de oficio enfermero, expresó:

«Yo siempre he preferido el colectivo porque es más rápido y de cierta forma más seguro. Aunque tampoco es que uno viaja del todo tranquilo, porque siempre está pensando que cualquiera de las personas que van con uno en le taxi le puede hacer algo, ya sea asaltarlo o secuestrarlo. Aquí nunca se sabe. Pero es mejor porque en los buses grandes hay demasiado asalto y aquí hasta por no andar pisto lo matan a uno. Osea que aquí hay que andar dinero hasta por si lo asaltan a uno. No quiere decir que el colectivo es lo más sano del mundo, porque estoy seguro que casi no hay nadie en Teguz que no haya sido asaltado en un colectivo».

Los problemas del transporte público en Honduras son diversos: la inseguridad, los costos, las condiciones de las unidades, la negligencia de los conductores (con sus excepciones), etc. En aras de comprender la situación del transporte de taxi en la ciudad, El Pulso entrevistó al taxista capitalino Bernardino Mejía, quien nos narró las aventuras de su extensa experiencia en el rubro, las vicisitudes del medio, los problemas diarios y los desafíos de ser un conductor de transporte público en Honduras.

Foto La Prensa.
«Aquí hay que andar dinero hasta por si lo asaltan a uno». Juan Pablo Maradiaga, usuario del transporte público. Foto La Prensa.

—. ¿Hace cuánto es conductor de taxi?

—.«Empecé hace unos treinta años. Llegué a Tegucigalpa en 1978, proveniente de mi pueblo, Jicaro Galán, y viene trabajar como motorista de un doctor de allí de la Miramontes. Tenía como 22 años y había aprendido a manejar vendiendo verduras con un señor de Danlí que se llamaba Daniel Cálix. Luego me vine a vivir al barrio Guanacaste a la casa de un tío que era chofer de un bus interurbano que iba a Siguatepeque. Cuando dejé de trabajar con el Doctor, que se fue a vivir a Costa Rica con su mujer, empecé a trabajar como ayudante de mi tío. Eso fue más o menos como en 1981. Trabajé con él unos meses, hasta que conseguí trabajo como chofer de camiones en una empresa de San Pedro que me había conseguido mi tío. Allí trabajé allí como cuatro año, hasta que uno de mis jefes, don Hernán Valenzuela, me dijo que iba a comprar unos carros para ponerlos de taxis aquí en Tegucigalpa, y que si un día ocupaba trabajo lo podía buscar. En los camiones transportaba fardos de harina y granos básicos. Me mandaban a muchos pueblos a traer sorgo, maíz, frijoles, lo que fuera. Trabajé en la empresa hasta que mi hijo mayor, que vivía con la mamá allí en Casamata, cayó enfermo de bronquitis. Entonces me acodé de la oferta de don Hernán, y me regresé a Teguz. Comencé a trabajar como taxista a los 29 años en 1985, y dese entonces he vivido de esto».

—. ¿Qué satisfacciones y experiencias le ha dejado su trabajo?

—.«La mayor experiencia que me ha dejado es haber aprendido a conocer a diferentes personas, porque en este trabajo uno se encuentra con gente de todo tipo, desde pícaros y sin vergüenzas hasta personalidades importantes. Y la mayor satisfacción, sin duda, es haber educado a mis tres hijos desde el kínder hasta la universidad. Los dos primeros se hicieron abogado y contador, y el más pequeño se graduó de economista. Todos salieron de la UNAH. Hay muchas anécdotas y alegrías, pero ninguna se compara con la satisfacción de haber proveído de lo necesario a mi mujer y mis hijos haciendo este trabajo».

Foto La Tribuna.
«En este trabajo uno se encuentra con gente de todo tipo, desde pícaros y sin vergüenzas hasta personalidades importantes». Bernardino Mejía, taxista. Foto La Tribuna.

—.¿Cómo era ser taxista hace 30 años?

—.«Era muy distinto. Primero que todo, la ciudad no eran tan grande y peligrosa como hoy, no había peligro con los pasajeros, y uno podía trabajar tranquilo sin pasarse el día pensando que cualquiera que suba lo puede fregar. En estos más de treinta años que tengo haciendo este trabajo he vivido de todo, pero nunca he trabajado tan preocupado como en estos años. La cosa se empezó a arruinar con el gobierno de Maduro. Recuerde que después del Mitch el país quedó destruido, y cuando Maduro le comenzó a hacer la guerra a los maras los que pagamos los platos rotos fuimos lo que que trabajábamos en las calles. Allí empezó todo esto. Los mareros empezaron a matar buseros, taxistas, a asaltar camiones, y todo tipo de barbaridades. Sin engañarlo, le puedo decir con toda certeza que hoy en día el que quiera ser taxista o chofer de cualquier unidad de transporte, debe estar muy consciente a lo que se mete, porque en este país, con toda la violencia que estamos viviendo, la vida de los conductores no vale nada. Sino mire como los periódico tiran noticias de choferes muertos a cada rato. Como le digo, cuando yo empecé en esto ser taxista daba gusto, porque uno prácticamente se pasaba todo el día dando vueltas por la ciudad, ganando dinero, sin tanto tráfico y sin tener que preocuparse por andar cuidándose la espalda de los ladrones y los secuestradores, y sin tener que andar pensando en cómo hacer para pagar la cuota a los mareros para que lo dejen trabajar a uno y no lo maten».

—.¿Usted paga “impuesto de guerra”?

—.«En un país como este andar diciendo estas cosas en público es muy delicado, pero yo ya soy viejo y he vivido bastante. Usted puede hacerle esa misma pregunta a cualquier taxista y el 99% le dirá que sí. Casi no hay nadie en este medio que tenga que pagar a los criminales para que lo dejen trabajar. Algunos dicen que pagar para que los dejen trabajar a gusto, pero eso no es cierto, porque cuando usted tiene que pagar una cantidad considerable (si es pobre claro) del fruto de su trabajo sólo porque su gobierno es incapaz de resolver el problema de la seguridad,  no es cierto que se puede trabajar a gusto. Yo sí pago el “impuesto”, y le puedo asegurar que lo hago con rencor, con cólera y con decepción, pero no me queda de otra; o lo pago o me matan».

taxis
«La cosa se empezó a arruinar con el gobierno de Maduro» ,Bernardino Mejía, taxista. Foto La Noticia.

—.¿Cuánto paga al mes por “impuesto de guerra” un taxista y cómo lo hace?

—.«Perdone, pero eso no se lo puedo contestar. Sólo le puedo decir que los extorsionadores están en todos lados, incluso dentro del gremio de taxistas».

—.¿Cree que el gobierno está haciendo un buen trabajo para enfrentar al crimen?

—.«No. Creo que el gobierno utiliza su “lucha” contra la inseguridad haciéndonos creer que lo está logrando sólo porque hay más hombres armados con uniformes del Estado, pero la realidad de todos los días nos dice lo contrario. Es triste decirlo, pero hasta alguien como yo que sólo terminó su plan básico puede saberlo: en Honduras los políticos usan las muertes de la gente humilde para hacer campañas políticas y económicas dentro y fuera del país. Si el gobierno estuviera haciendo algo bien, los hondureños siquiera podríamos hacer nuestros trabajitos en paz, pero no es así, a ello no les importa en lo más mínimo la vida de los trabajadores».

—. ¿Qué es lo más peligroso de ser taxista en Tegucigalpa?

—.«No es por ser exagerado, pero todo, todo es peligroso. Uno nunca sabe a quién sube a su carro, ni qué pude pasar en el trayecto, sólo queda agarrarse de la mano de Dios y tener fe. Pero claro que uno le teme a muchas cosas, sobre todo a que lo vayan a malograr quitándole la vida por unos pesos miserables».

En Honduras, hasta finales de 2014, el sector transporte pagaba al menos unos 22 millones de lempiras[2] mensuales por concepto de “impuesto de guerra”. Esa cifra ha ido en aumento conforme pasan los años. Esta actividad económica ilícita ha servido para financiar a los grupos criminales que la dirigen (las pandillas). La Extorsión parece hoy día el principal problema de los transportistas, mientras las pandillas imponen duros y horrorosos castigos a quienes no la cumplan. Las represalias por no hacer efectivo el pago del “impuesto” conlleva la quema de la unidades de transporte, la intimidación, el secuestro, la tortura y el asesinato.

En Honduras, nos dice Bernardino Majía, «ser taxista es casi un acto suicida».

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Citas al pie.

[1] Ver: CONADEH. Situación de los Derechos Humanos 2012.

[2] Hemeroteca Nacional de Honduras (HNH), Diario La Prensa, edición del 15/06/2014.

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