La era del síndrome Dunning-Kruger

ALG18 enero, 2018

“La ignorancia engendra más confianza que el conocimiento”

Chales Darwin


Seguramente todos conocemos alguien tan ignorante, que desconoce su propia ignorancia. Esa persona que se atreve a decir cosas, que con un poco de conocimiento de la materia no diría, porque la ignorancia es atrevida. Ese juego de palabras pueda parecer simple, pero aunque usted lo ignore, tiene un nombre y se llama  efecto o síndrome Dunning-Kruger.

Una serie de experimentos realizados por Justin Kruger y David Dunning, de la Universidad de Cornell (Nueva YorkEE. UU.), publicado en 1999 en “The Journal of Personality and Social Psychology”, le dieron nombre al síndrome y consiste en un sesgo cognitivo, según el cual los individuos con escasa habilidad o conocimientos sufren de un sentimiento de superioridad ilusorio, considerándose más inteligentes que otras personas más preparadas, midiendo incorrectamente su habilidad por encima de lo real.

Este sesgo, explica la definición, se produce por la incapacidad metacognitiva del sujeto para reconocer su propia ineptitud.

O sea, todos somos ignorantes de algo y por suerte no de lo mismo, pero cuando usted no sabe que es ignorante y por el contrario cree que es superior a los demás, por su propia ignorancia de saber su ignorancia, se produce el efecto Dunning-Kruger.

Los individuos altamente cualificados, una persona que sabe, conoce que ignora y tiende a subestimar su competencia relativa, asumiendo erróneamente que las tareas que son fáciles para ellos también son fáciles para otros.

Dunning-Kruger es esa relación entre estupidez y vanidad.

Se basa en los siguientes principios:

1º. Los individuos incompetentes tienden a sobreestimar sus propias habilidades.

2º. Los individuos incompetentes son incapaces de reconocer las verdaderas habilidades en los demás.

Krugger y Dunning demostraron en su experimento las habilidades intelectuales y sociales de una serie de estudiantes y al pedirles una auto-evaluación posterior, los resultados fueron sorprendentes y reveladores: como cuando uno hace un examen y cree que pasó, sin saber el bajo rendimiento. Los más brillantes estimaban que estaban por debajo de la media; los mediocres se consideraban por encima de la media, y los menos dotados y más inútiles estaban convencidos de estar entre los mejores.

Según estas observaciones, los más incompetentes no sólo tienden a llegar a conclusiones erróneas sobre estimando su conocimiento, además de tomar decisiones desafortunadas, y que su incompetencia les impide darse cuenta de ello, tienden también a menospreciar el conocimiento de las otras personas.

Estamos pues, en la era Dunning-Kruger, en donde ver un documental en NatGeo equivale a ser experto en un tema y el conocer se ridiculiza; en donde se desprecia lo clásico por viejo sin conocer su aporte y la historia de la humanidad llega hasta el siglo XX.

Las redes sociales, los medios de comunicación y el acceso (parcial) a la información, deforman la capacidad de la sociedad, para comprender nuestra propia ignorancia. Y luego elegimos, despreciando al que sabe y elegimos mal. Elegimos líderes que reflejan nuestra ignorancia, que son espejos de nuestra mediocridad, pero eso no importa, porque no nos damos cuenta.

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