La despolitización del Tribunal Supremo Electoral. ¿Cinismo o ignorancia?

EGO8 junio, 2017

Por Óscar Borge Mejía

Honduras enfrenta la antesala de una grave crisis democrática y las fuerzas políticas llamadas a ceder desde el poder hacen caso omiso. Creen, quizá, que a través de la intimidación probada en las elecciones generales pasadas, en que sacaron el ejército y amenazaron con una masacre de forma subrepticia detendrán el descontento social que provocará la ilegitimidad de un fraude que se cuece en un Tribunal Supremo Electoral, institución que carece de una representación acorde a las identidades políticas existentes en el país.

Para que un país goce de elecciones libres y democráticas debe existir consenso en el procedimiento y en los entes rectores. Suena bonito y hasta de moda decir que tenemos que despolitizar el órgano electoral, pero solo eso; despolitizar la política es un absurdo y mucho más en un país donde dicho discurso ha sido prostituido para mediatizar y politizar de forma excluyente las instituciones del estado llamadas a hacer contrapeso democrático. 

Cuatro siglos antes de Cristo, Aristóteles nos enseña las bases de la episteme, el hombre es un animal político y quien no necesite de los demás es un Dios o un animal. ¿Y si todos somos seres políticos cómo despolitizamos las instituciones? Bueno, la confusión viene del mal uso de la metodología deliberativa de la democracia que teoriza Jünger Habermas, el cual separa tres esferas creando una dinámica para la deliberación. De un lado el poder, desde un círculo toma su dinámica de la agenda pública creada por una segunda esfera, la cual está conformada por la sociedad civil, grupos de interés, partidos políticos en la oposición y todos los actores sociales y políticos posibles para la toma de decisiones que interactúan entre sí; a la vez, está dinámica afecta a la tercera esfera donde la deliberación da lugar a la acción comunicativa. Pero dicho proceso perfectamente racional funciona bajo la advertencia que la segunda esfera no se encuentre colonizada por parte del poder.

Trasladando esta realidad a Honduras podríamos graficarlo de la siguiente manera:

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Hasta aquí todo muy bien, el problema es, que, si desde la segunda esfera colocamos solo a los partidos políticos con o sin representación, a las iglesias, instituciones de sociedad civil, sindicatos y medios etc. afines con quien ostenta el poder y excluimos de la discusión a los que verdaderamente generan oposición; dicha dinámica está muerta. Sin opuestos no hay necesidad de consenso, ni necesidad de flexibilidad en la toma de decisiones. Esto crea por otra parte decisiones de suma nula, donde una sola visión impone su criterio y excluye a los demás; agudizando las divisiones políticas y creando una fractura social. Es así como en vez de tener una dinámica democrática tenemos un monologo autoritario.

Esto lo hemos visto con total cinismo en la pasada elección a la Corte Suprema de Justicia, donde la segunda esfera (excluida la oposición política de LIBRE y PAC) seleccionó a 15 magistrados, todos -de manera mágica y “democráticamente”- con identidad o simpatía al Partido Nacional y al Partido Liberal; ninguno con una identidad política distinta, en un país donde, según las últimas elecciones generales, casi la mitad de su población tiene una identidad política-ideológica afín a estos partidos que desde el poder excluye. En otras palabras, se ha excluido del poder judicial a casi la mitad de su población. Porque es inconcebible que no se deduzca el contubernio de los pre-seleccionadores y los seleccionadores cuando de 15 profesionales su totalidad tiene una identidad partidaria vinculada a los dos partidos en el poder; visto desde otro ángulo en un país de 4 millones de votantes no hay un solo abogado en el 45 % de electores, capaz de ejercer una magistratura solo por tener un pensamiento político distinto al bipartidismo tradicional.

No quiero decir que la Corte Suprema de Justicia deba responder a porcentajes de representación electoral, pero tampoco se puede cubrir la clara exclusión de dos identidades políticas legitimas del sistema democrático hondureño.

Por otra parte, y aquí citare a un teórico de la derecha –Fareed Zakaria-,nuestras sociedades no necesitan más democracia necesitan menos, pero una democracia de calidad” ´. En el afán de democratizar las decisiones del estado han involucrado una serie de organizaciones y actores en las tomas de decisiones con los cuales no podemos ejercer la accountability. Por ejemplo, si yo voté por un partido político determinado y dicho partido toma decisiones en las cuales no estoy de acuerdo, puedo decidir en las siguientes elecciones no votarles, castigándoles y votando por otros en que pueda depositar mi esperanza de representarme adecuadamente.  Pero a un cura, a un pastor, un directivo de una ONG, ¿cómo puedo castigarlos políticamente? Si se equivoca en la depuración policial, si privatizan el seguro, si toman cualquier decisión política desacertada como podemos los ciudadanos ejercer democráticamente nuestro derecho de excluirlos como representantes y lo que es peor, quién, cuándo y cómo fueron elegidos nuestros representantes. Convenientemente los elige quien está en el poder, de ahí la colonización de la que hablaba, es por eso que el discurso del candidato Luis Zelaya por despolitizar el Tribunal Supremo Electoral está cargado de cinismo o, en su defecto, de ignorancia; una ignorancia muy beneficiosa ya que en la dinámica de la “democratización” los honorables e impolutos electos resultarán afines a su propia identidad política. Pues si es una “democracia” que resulta excluyente, no gracias.   

En los últimos años ha habido un proceso de descrédito de nuestros políticos, y no digo que injustificadamente; pero dicha crisis es artificial, ya que les seguimos votando de forma masiva. Esto tiene una serie de razones, Peter Mair lo llama gobernar el vacío. En un mundo cada vez más globalizado nuestros países insisten en dar soluciones nacionales a problemas globales generando una percepción de ineptitud por parte del político; si a esto también sumamos las decisiones que provienen de entes supranacionales como FMI, ONU y agendas externas, en donde el ciudadano carece de cualquier herramienta política para intervenir con su carácter soberano, éste termina dirigiendo su frustración al político electo. Pero que los políticos lo hagan mal no quiere decir que debamos tirar a la basura el sistema representativo, al fin y al cabo, la única democracia posible en este momento es la representación. Quizá haya otros caminos como la democracia directa, pero un fallo en el sistema representativo no se soluciona abriendo espacio a entes y actores que carecen de base democrática. Si abrimos espacios a grupos de interés debe ser para que los representantes puedan escuchar diferentes voces, no para entregarles el poder decisorio. A los políticos, mal que bien, los necesitamos, y los necesitamos porque son el resultado de nuestra propia elección, los demás actores carecen de la legitimidad verdadera para representarnos adecuadamente, no están sometidos a votación ni a la periodicidad que pueda castigar su comportamiento.

Es hora de dar al César lo que es del César, la cara de la moneda no engaña a nadie. El Tribunal Supremo Electoral debe estar integrado por nuestros representantes, esto quiere decir integrado por todos los partidos políticos con peso representativo; excluir a alguno, mutila la legitimidad de cualquier proceso. Fingir que no se ve, no se escucha ni se habla es hundir al país en una profunda crisis en donde solo habrá perdedores, incluidos los partidos políticos en el poder. 

*Óscar Borge Mejía es abogado, Master en Democracia y Gobierno

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