La crisis de la democracia partidista

EGO31 julio, 2017

Por Andrés Pavel

“Tomarse en serio la democracia electoral, mientras la clase dominante le apuesta a la militarización […}, es una irresponsabilidad para quienes queremos cambiar el mundo. Eso no quiere decir que se deba darles la espalda a las urnas, sino que el eje central debe girar en torno a la organización de los sectores populares”

Raúl Zibechi, La Jornada

La correlación de fuerzas políticas en las sociedades occidentales, tanto dominantes como periféricas, está cambiando. Lo que resulta duro y desconcertante para las izquierdas es que, en medio de una crisis socioeconómica generalizada causada por políticas conservadoras, las derechas extremas sean los actores que estén cobrando más fuerza en medio de una campaña mediática masiva de descalificación, culpabilización y odio —logrando este crecimiento sobre todo a costa de las centroderechas, que, faltas de propuestas nuevas, están perdiendo su relevancia de cara a las anteriores.

La débil fundación y falta de integración de las fuerzas populares y los partidos que las representan ha salido a relucir frente a la maquinaria mediática y económica de las élites conservadoras que se está desplegando agresivamente para polarizar y dividir a los electorados, tanto a escala nacional como por medio de un orwelliano y bien organizado aparato propagandístico internacional. Lo más alarmante es que, mientras en Europa los fracasos de la izquierda se han dado en el plano electoral, a lo largo y a lo ancho de nuestro continente, la ultraderecha no ha dudado en vulnerar y circundar las instituciones democráticas para hacerse con el poder. Desde la relación de la campaña electoral de Donald Trump con hackers rusos, a la sedición y conspiracionismo en Ecuador, a la instrumentalización del sistema judicial para desarticular a las izquierdas políticas y liderazgos populares en Argentina y Brasil, a la intensificación del paramilitarismo, asesinatos y desapariciones en Colombia, la campaña de desprestigio y mentiras contra Evo Morales en Bolivia, por no hablar del golpe de estado y posteriores elecciones viciadas en nuestro propio país, nos encontramos ante un viraje generalizado en favor del autoritarismo, la debilitación de la democracia, y la toma del poder por medios ilegítimos. Lo sorprendente ha sido la incapacidad de las demás fuerzas políticas en la mayoría de los casos para desmantelar la ofensiva elitista ultraconservadora y reafirmar su legitimidad. Esto nos deja mucho que ponderar.

Lo primero es reconocer en qué han fallado todas las fuerzas políticas de izquierda: los partidos, una vez que han logrado convertirse en contendientes de peso en el ámbito electoral, no solo han descuidado, sino que han mermado la organización social y la articulación de las bases populares, concentrando el poder político en los representantes democráticos. Cuando llegan los aprietos, crisis legítimas o artificiales promovidas y agravadas por las élites conservadoras, estos representantes se encuentran solos y el movimiento resulta fácil de descabezar. Particularmente útil para este propósito, cuando se quiere mantener una semblanza de legitimidad, ha resultado el poder judicial, tradicionalmente conservador, de institucionalidad débil y propenso a ser influenciado por el ejecutivo, legislativo e intereses privados. No hace falta agregar que los entes de seguridad tienen problemas similares que los convierten en herramientas ideales para hacerse con el poder por medio de actos violentos. La falta de organización y concienciación social en los movimientos de izquierda, que se han contentado con presentar una política alternativa de reparto económico y cultivar una popularidad que sin embargo no se fundamenta ni en la lealtad ideológica ni en la capacidad de acción, les ha dejado sin contrapesos para detener las acciones autoritarias.

Lo segundo es comprender cómo ha logrado fortalecerse tanto la derecha extrema a expensas de los centristas. En parte esto ha sido incidental, consecuencia de la crisis de los medios masivos de comunicación tradicionales frente a la comunicación en línea. Al perder los medios noticiosos legitimidad, audiencia, e ingresos publicitarios, estos han llegado a depender mucho más del apoyo de las élites económicas y del estado; el discurso y estilo que cultivaron a lo largo del siglo pasado, la apática y distante exhibición de datos supuestamente “objetivos”, han ido cediendo lugar a la impulsión abierta y agresiva de agendas políticas. Esto ha tenido el efecto de polarizar considerablemente el discurso político moderno; ahora bien, las redes sociales no son ajenas a este proceso, sino que sirven como amplificador para la difusión de opiniones hostiles y divisivas. El resultado es que la conciencia colectiva en una sociedad moderna está marcadamente sesgada hacia la conflictividad, la división y la mutua desconfianza. Esto es algo que no han sabido tener en cuenta los líderes centristas y de izquierdas (evidentemente, se trata de un fenómeno que se debe contrarrestar, no solo por interés sino por el bien común) pero que ha servido fantásticamente a los radicales de derechas. Por demás, la crisis del capitalismo neoliberal es una realidad y un desastre humano a gran escala, con lo que sus defensores se han unido, lógicamente gravitando hacia el extremismo que proyecta mayor fuerza.

Esta apuesta por la derecha no es sostenible a largo plazo; los modelos económicos conservadores se están volviendo obsoletos a medida que su credibilidad está decayendo; es un hecho que la inversión extranjera en nuestra región se está reduciendo desde hace mucho tiempo y no podemos permitirnos más la extrema dependencia a la que los conservadores nos han acostumbrado. La solución que han concebido para mitigar la pérdida de capitalización es un fuerte endeudamiento, y nuestro país ha sido uno de los primeros en optar por este curso, del que urge apartarnos lo antes posible.

También se plantea como un problema no resuelto para las fuerzas de izquierda encontrar un contrapeso para el aparato mediático internacional que permite a las derechas dominar el discurso sobre temas de interés regional. Se deben hacer mayores esfuerzos en pro del fortalecimiento de los medios alternativos, adoptar una perspectiva más internacional.

Las izquierdas de nuestro continente ya están interiorizando estas realidades y reconociendo la importancia de revitalizar las bases sociales y el pensamiento constructivo para consolidar el proyecto progresista. Es imprescindible que la oposición en Honduras se sume a este movimiento, si espera tener un futuro con garantías de respeto a su legitimidad.

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