IMAGINARIOS: EL FÚTBOL Y LA GUERRA.

EGO29 agosto, 2016

«Pronto aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera. Eso me ayudó mucho en la vida… Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol».

Albert Camus.

Por Albany Flores


Quizá uno de los momentos históricos más simpáticos y emotivos ocurridos en el siglo XX se dio en el marco de la Primera Guerra Mundial —que suponía el fin de los imperios Austro-Húngaro y Prusiano—, cuando en 1914 un grupo de soldados ingleses y alemanes pactaron una tregua (la Tregua de Navidad) para jugar un partido de fútbol. Este hecho coincide en muchos aspectos con lo narrado en la famosa obra de teatro War´s Hourse, también llevada al cine, y cuya historia cuenta el instante en que solados de la Segunda Guerra deponen momentáneamente las armas al observar el repentino aparecimiento de una hermoso corcel en los límites del campo de batalla,  permitiendo que dos hombres (uno de cada bando) se lanzaran hasta una trinchera recubierta de alambres de púas para liberar al corcel que había quedado atrapado. Ambos ejemplos demuestran que aun en los momentos más álgidos de las contradicciones humanas, existen razones para conciliar.

Cuando el 2014 se cumplieron cien años de tan singular suceso, el ex-capitán de la selección francesa de fútbol y entonces Presidente de la UEFA, Michel Platini, invitó a los mandatarios de Bélgica, Francia, Italia, Gran Bretaña, Alemania e Irlanda a participar del tributo a aquel episodio en el que el fútbol triunfó sobre la guerra. De hecho, en referencia al suceso, Platini declaró: «La ceremonia de conmemoración debe rendir homenaje a los soldados que, hace un siglo, expresaron su humanidad en un partido de fútbol, escribiendo un capítulo en la construcción de la unidad europea y que son un ejemplo a seguir por las jóvenes generaciones de hoy» (Waldemar Iglesias; clarín.com, 31/12/14).

En 2001, con respecto a la muerte de Bertie Felstead, el último sobreviviente del famoso pacto, el escritor uruguayo Eduardo Galeano escribió: «Había atravesado tres siglos: nació en el 19, vivió en el 20, murió en el 21. […] Se enfrentaron en ese partido los soldados británicos y los soldados alemanes. Una pelota apareció, venida no se sabe de dónde, y se echó a rodar, no se sabe cómo, entre las trincheras. Entonces el campo de batalla se convirtió en campo de juego, los enemigos arrojaron al aire sus armas y saltaron a disputar la pelota, todos contra todos y todos con todos. Mucho no duró la magia. A los gritos, los oficiales recordaron a los soldados que estaban allí para matar y morir. Pasada la tregua futbolera, volvió la carnicería. Pero la pelota había abierto un fugaz espacio de encuentro entre esos hombres obligados a odiarse» (Ibíd.).

Fotografía representativa del juego de la Tregua de Navidad en diciembre de 1914.
Fotografía representativa del juego de la Tregua de Navidad en diciembre de 1914.

En uno de los ensayos más lúcidos sobre el fenómeno social del deporte rey, El fútbol y la guerra, entre balas y balones, Luis Felipe Silva realiza un profundo análisis sobre algunos de los momentos históricos en los que un aparentemente inofensivo e intrascendente juego donde 22 individuos compiten por un balón pudo crear o creó importantes conmociones en uno a varios territorios. Para muestra, Silva recrea importantes momentos como cuando en 1927 la policía secreta soviética fundó el popular equipo del Dínamo de Kiev con fines más políticos y de control que deportivos; el proyecto propagandístico de Benito Mussolini y Adolfo Hitler a través del balompié; o los sucesos ocurridos entre Honduras y El Salvador en 1969, cuando un partido de fútbol desató uno de los conflictos más sangrientos de Centroamérica (Silva Schurmann, Planeta, 2014).

Tropas hondureñas listas para enfrentar al ejército salvadoreño durante la Guerra del Fútbol en 1969.
Tropas hondureñas listas para enfrentar al ejército salvadoreño durante la Guerra del Fútbol en 1969.

Es muy probable que esa pasión futbolera en toda la región latinoamericana haya tenido sus orígenes en los pueblos sudamericanos, principalmente el Uruguay, Brasil y la Argentina. A ello se debe que sean estos tres los países latinoamericanos con más tradición futbolística y con más logros mundiales en ese deporte. Brasil ha sido campeón mundial de fútbol en cinco oportunidades, Uruguay cuatro (contando las dos ediciones disputadas antes de 1932 que eran campeonatos mundiales con diferente formato de los presentes), y Argentina en dos ocasiones.

En el caso de Argentina, la pasión por el fútbol llegó a finales del siglo XIX como producto de las migraciones italianas (Italia ha sido cuatro veces campeón del mundo). De hecho, el club de fútbol más ganador de la historia argentina, el Boca Junior, se formó en una comunidad rioplatense formada por unos 60,000 genoveses que habían llegado hasta el país en busca de una nueva vida. Al parecer, en la década de 1876, esos genoveses quisieron independizarse de la República Argentina para constituirse como una comunidad de genoveses en América bajo el nombre de República Independiente de la Boca; hasta que el entonces Presidente argentino Julio Roca les obligó a renunciar a dicha empresa, presentándose personalmente al lugar de los hechos.

Panorama de un muro decorativo de la región rioplatense de Buenos Aires.
Panorama de un muro decorativo de la región rioplatense de Buenos Aires.

Más de un siglo después se producía el desembarco argentino en las islas Malvinas, hecho que provocó la muerte de más de 746 soldados argentinos y 255 británicos, y que además provocó una serie de conflictos entre ambas naciones. En un artículo de Ezequiel Fernández publicado en “cachallena.com” y reproducido en “perio.unlp.edu.ar” el 2009, se resalta la manera en cómo las pugnas territoriales entre argentinos e ingleses pasaron de los gabinetes a las canchas: «Osvaldo Ardiles volvió no muy convencido a Tottenham Hotspur en 1983. Había sido la gran figura del equipo hasta antes de la guerra y todos lo amaban en el club inglés. Pero Malvinas todavía estaba cerca. En la cancha del Southampton era abucheado cada vez que tocaba la pelota» (perio.unlp.edu.ar).

De hecho, la gran importancia del famoso gol de Diego Maradona contra los ingleses en el Mundial de Fútbol México 86 —además de la increíble proeza de habilidad que demostró el jugador—, tuvo, en la mentalidad del pueblo argentino, un significado más grande: la venganza en la cancha de fútbol de los horrores cometidos por los ingleses contra los argentinos en las Malvinas.

Osvaldo Ardiles, vistiendo la camiseta argentina.
Osvaldo Ardiles, vistiendo la camiseta argentina.

En lo que se refiere a la guerra entre Honduras y El Salvador, el partido de fútbol que teóricamente desató el conflicto no fue más que una excusa entre ambos países para realizar el enfrentamiento armado, pues los mismos venían conflictuando reiteradamente desde las primeras décadas del siglo XX. El fin último de la guerra no era el fútbol en sí, sino la propia necesidad de dirimir las contravenencias que ambas naciones habían tenido por múltiples cuestiones como la situación de los trabajadores salvadoreños en los campos bananeros hondureños (léase en poema de Roque Dalton noveno poema de amor), los problemas ocurridos entre familias hondureñas y salvadoreñas en la frontera, y sobre todo por el deseo de El Salvador por expandir su límites geográficos hacia territorio hondureño (Thomas Dodd, 2008).

La guerra tenía sus matices singulares. Por un lado el comienzo de la segunda mitad del siglo XX había traído un nuevo contexto de violencia en el mundo occidental provocado principalmente por la Guerra Fría, las secuelas de la Segunda Guerra, el auge y caída de las dictaduras latinoamericanas  más crueles, los movimientos sociales de la década de 1960 (el paro general de París, el paro general de Roma, el movimiento de las Panteras Negras, el movimiento Hippie, el asesinato de Martin Luther King y Robert Kennedy, el asesinato masivo de estudiantes mejicanos en Tlatelolco por órdenes del régimen de Gustavo Díaz Ordaz, etc.).

Por otra parte, estaba la injerencia de los Estados Unidos —nótese que el gran auge y proliferación de las dictaduras de Rafael Trujillo en República Dominicana, de Francios Duvalier en Haití, de Maximiliano Hernández en El Salvador, de Jorge Ubico en Guatemala, de Anastasio Somoza en Nicaragua, de Pérez Jiménez en Venezuela y de Tiburcio Carías en Honduras, tuvieron como punto común que todas se desarrollaron paralelamente a los periodos de gobierno de Franklin Delano Roosevelt (1929-1943)— y el propio deseo de los gobiernos de Honduras y El Salvador por dirimir de una vez un conflicto casi estrictamente territorial.

Imágenes del partido entre Honduras y El Salvador que “propició” el conflicto armado.
Imágenes del partido entre Honduras y El Salvador que “propició” el conflicto armado.

Así, la guerra tuvo una duración de cien horas, y aunque Honduras se declaró vencedor del ardid militar y pudo retener la mayoría del territorio disputado en el Pacífico y Occidente del país, al final, con en el fallo definitivo de la Corte de la Haya en 1992, El Salvador logró agenciarse aproximadamente el 33.8% de los 446.4 km2 del territorio disputado (unos 149.8 km2), por lo que, al contrario de lo que se sigue enseñando en la escuela pública hondureña, el territorio nacional ya no cuenta con los 112, 492 km2 que figuraban el mapa elaborado por Jesús Aguilar Paz, sino, con unos 112, 342.2 km2 (La Prensa Gráfica, 9/09/12).

Lea la nota de Kapuscinski en el siguiente enlace.

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Ese concepto ambiguo de «guerra del fútbol» fue introducido por el periodista bielorruso Ryszard Kapuściński, quien aprovechando su estancia en Centroamérica realizó una estupenda crónica periodística sobre el suceso, pero quien no supo explicar el trasfondo histórico de las verdaderas causas que habían degenerado un simple partido de fútbol (con motivo de las eliminatorias para el mundial de México 1970 en el que había resultado vencedor el seleccionado salvadoreño) en una guerra. Kapuściński obvió, quizá sin un propósito determinado, que la guerra no fue más que la “culminación” de una pugna histórica entre Honduras y El Salvador que venía arrastrándose desde el fin del periodo colonial y  comienzos de la formación de los Estados centroamericanos (ANH, El Redactor Oficial de Honduras, edición de Octubre de 1845). En síntesis, Honduras no ganó la guerra, pues al final perdió el motivo principal de la misma: territorio.

Portadas de los diferentes periódicos hondureños y salvadoreños destacando el movimiento de la guerra.
Portadas de los diferentes periódicos hondureños y salvadoreños destacando el movimiento de la guerra.

EL ESTADIO (EL COLISEO): DE CÓMO EL FÚTBOL «SUPLANTÓ» A LA GUERRA.

El simple hecho de pensar que el fútbol puede, de alguna forma, suplantar a la guerra, es ya una afirmación prácticamente aligerada y casi en nada cierta. El fútbol es una expresión novísima de los sentidos de diversión y competición del mundo occidental que con el paso de los años se hizo popular y enormemente lucrativo en todo el globo. Por otro lado, la guerra es probablemente el único elemento que no ha desaparecido de los procesos de la historia humana. A lo largo de la Historia conocida (la historia contada a partir de la revolución neolítica y el imperio mesopotámico), la guerra nunca desapareció, sólo cambió de forma. Sobre esto, el gran pensador griego Heráclito escribió que «la guerra es necesaria, pues de ella se define qué hombres deben gobernar y quiénes deben servir», teoría que tenía resonancia en una sociedad griega profundamente esclavista, y que, aun cuando en el presente resulte repulsiva, en la práctica sigue representado una realidad inmutable.

No obstante, el fútbol sí suplantó a la guerra en muchos aspectos de las mentalidades colectivas y los imaginarios sociales, y sigue cumpliendo con premisas y funciones históricas de control y  alienación social. De este modo, el estadio sigue cumpliendo la misma función (con pequeños cambios) que la arena romana: los reyes siguen estando en los palcos, la masa sigue gritando en las graderías durante horas en las que olvida todo, y los jugadores (gladiadores) siguen estando en el campo (la arena) siendo ovacionados y amados si ganan el partido (la batalla), o siendo deleznados y abucheados si pierden. Al igual que en la arena romana, el público sigue siendo despiadado. De hecho, son muchos los casos en lo que un jugador de fútbol ha sido exiliado, ejecutado, castigado o asesinado por cometer un error que ha provocado la pérdida de su equipo, como el famoso caso de 1954, cuando el presidente sudcoreano Syngman Rhee amenazó a sus seleccionados antes del partido contra Japón: «Prepárense para saltar al mar si pierden» (Silva Shurmann, Planeta, 2014).

Gladiadores en la Arena Romana.
Gladiadores en la Arena Romana.

Han sido muchos los intelectuales y escritores que han expresado comentarios despectivos sobre el fútbol: Jorge Luis Borges, Rudyard Kipling, Gonzalo Rojas, Umberto Eco, Álvaro Mutis, Carlos Monsiváis, George Orwell, Fernando Savater, etc. La clase intelectual, en su afán puritano y sesgado, no ha sido capaz de argumentar opiniones producentes que ayuden a explicar el fenómeno deportivo que mueve masas y emociones como ningún otro en el mundo, y a la vez ha demeritado la función social que este deporte ejerce en la construcción de los imaginaros sociales y las mentalidades colectivas.

Pero, por qué decimos que el fútbol suplantó a la guerra en los imaginarios sociales, de qué forma lo hizo. El fútbol suplantó a la guerra en las mentalidades colectivas porque antes de él lo único que lograba la cohesión social, la unidad nacional y el desborde del sentido de patriotismo era la guerra. Hoy día el fútbol (la selección nacional) ha logrado, por lo menos efímeramente, la cohesión, la unidad, la fuerza común, y ha elevado los conceptos de patriotismo, sentido de pertenencia y nacionalidad. Tanto es así que durante el Golpe de Estado de 2009, cuando la población hondureña se encontraba profundamente dividida, la clasificación de la selección de fútbol al Mundial de Sudáfrica 2010 permitió una especie de olvido y conciliación temporal de la ciudadanía, debido a la emoción nacional que había provocado el fútbol. Por otro lado, lo mismo resultó de gran ayuda para la distracción, la propaganda y los métodos de control social que ejercía el gobierno de facto de Roberto Micheletti.

En una entrevista realizada por Juan Manuel Vásquez al ex-futbolista argentino y autor del libro Apuntes del balón, Jorge Valdano, este ha expresado que: «Si el fútbol estuvo alejado del pensamiento es porque los intelectuales nos dejaron solos. La responsabilidad es de ellos, no de nosotros… ahora empieza a dar la sensación que los intelectuales le perdieron el miedo al fútbol, al menos para intentar entender por qué mueve tanta gente y por qué mueve tantas emociones… la desconfianza de los intelectuales al fútbol ha sido también una desconfianza hacia la masa» (revistas.ibero.mx 1/4/2014, vol. 31).

Portada del libro Esperándolo a Tito, del escritor argentino Eduardo Sacheri.
Portada del libro Esperándolo a Tito, del escritor argentino Eduardo Sacheri.

En sus muchas elucubraciones sobre los grandes panoramas de la sociedad latinoamericana, Eduardo Galeano dedicó dos títulos significativos sobre la discusión de la función social e imaginaria del fútbol en nuestras regiones, Su majestad el fútbol y Fútbol a sol y a sombra, libros en lo que discutió con maestría el papel trascendental que juega el deporte rey en el comportamiento, la tradición y el pensamiento latinoamericanos. Por su parte, Fernando Carrión considera que «el conflicto es consustancial al fútbol, porque encarna una disputa que lleva a la victoria frente a un contendiente. Inicialmente el fútbol fue considerado como un mecanismo para batir y aniquilar al enemigo; ese era el sentido de la victoria; tan es así que en Inglaterra, la primera “pelota” utilizada para jugar fútbol fue la cabeza de un soldado romano muerto en batalla. Tan brutal y sangrienta era esta práctica que fue prohibida en varios momentos y lugares» (Estudios de la ciudad, FLACSO Ecuador, 2008, p. 1).

Es también relevante para efectos de este brevísimo estudio la forma en cómo el fútbol está intrínsecamente ligado  a la política y al concepto de Nación. En su artículo sobre Fútbol, guerra, naciones y política, Francesco Screti ha apuntado que: «El fútbol ha sido tradicionalmente explotado para fines nacionalistas… es un elemento fundamental en la expresión de una nación: permite a una nación existir en un contexto de competición entre naciones y sobre todo –en este sentido– permite la expresión de su identidad nacional y de su agresividad nacional y nacionalista; por ejemplo, permite desahogar sus tensiones internas y externas. Además es un excelente modo de desviar la atención de los ciudadanos de los problemas sociales y/o económicos de un país» (Disponible en siguiente enlace).

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Escribo este artículo sólo un par de días después que la selección olímpica de fútbol de Honduras ha realizado la proeza más importante en la historia del deporte nacional, al ocupar el cuarto lugar en los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro en Brasil. Para un pequeño país que es noticia en el mundo entero por sus epidémicos niveles de violencia, corrupción y criminalidad, éste hecho ha resultado aleccionador: Honduras es también conocida por su encomiable desempeño deportivo.

Selección olímpica de Honduras 2016.
Selección olímpica de Honduras 2016.

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