Imágenes y representaciones de la prostitución y las prostitutas en la literatura hondureña

EGO2 septiembre, 2016

…Jorge Alberto Amaya*

A finales del siglo XIX, cuando empezó a germinar la literatura hondureña de manera orgánica y ligada a las corrientes literarias universales en boga, especialmente el Modernismo, varios escritores adheridos a este movimiento plasmaron en sus obras  personajes femeninos que fueron connotadas como prostitutas, rufianas y proxenetas; a la vez, se describieron los lúbricos y libertinos ambientes de los prostíbulos de la época.

Sin embargo, el tópicos más frecuente fue el de «Salomé», que constituyó uno de los motivos literarios más comunes y generalizados de la literatura decadentista y modernista de ese tiempo, porque rescató la figura de la «femme fatale».

El término «mujer fatal»  fue acuñado por Mario Praz (1999) en su estudio titulado La carne, la muerte y el Diablo en la literatura romántica, y en general las concibe y caracteriza como «(…) mujeres destinadas a dominar el mundo [y a los hombres] con el flagelo de su «belleza impúdica» (p.81). Por su parte, José Antonio Fúnes, en su estudio sobre la obra de Froylán Turcios, citando a Erika Bornay, señala que:

«Sobre la apariencia física de esta mujer hay, en general, una coincidencia en describirla como una belleza turbia, contaminada, perversa. Incuestionablemente, su cabellera es larga y abundante, y en muchas ocasiones, rojiza. Su color de piel pone acento en la blancura, y no es nada infrecuente que sus ojos sean descritos como de color verde. En síntesis, en su aspecto físico han de encarnarse todos los vicios, todas las voluptuosidades y todas las seducciones.

»En lo que concierne a sus más significativos rasgos psicológicos, se destacará por su capacidad de dominio, de incitación al mal, y su frialdad, que no le impedirá, sin embargo poseer una fuerte sexualidad, en muchas ocasiones lujuriosa y felina» (Funes, 2006:283).

En la literatura hondureña, se identifican autores que abordaron el tema en cuestión, un ejemplo lo constituye Froylán Turcios que en su libro Hojas de otoño dedica un soneto y un cuento al tema de «la mujer fatal». En el caso del soneto, se perciben imágenes perversas asociadas por los críticos al mito antiguo de Salomé que pone en relieve su sexualidad impulsiva, su violencia y la visión  necrofílica de la mujer al observar con deleite la cabeza del bautista. En el caso del cuento titulado —también— «Salomé», un joven poeta llamado Oliverio se enamora perdidamente de una joven a la que él llama Salomé y que es descrita de la siguiente manera:

«Era una joven de rara hermosura que llevaba en su frente el sello de un terrible destino. En su cara, de una palidez láctea, sus ojos de un gris de acero, ardían extrañamente; y su boca, flor de sangre, era un poema de lujuria. Largo el talle, flexible, mórbida la cadera, finos y redondo el cuello y los brazos, sus veinte años cantaban el triunfo de la divina belleza». (Funes, 2006 :296-297).

Como se puede inferir, el personaje del cuento resalta los atributos físicos de la mujer como tentadores e irresistibles al grado de representar el «triunfo de la belleza», y por tanto, de la perdición.

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Colección del francés Alexandre Dupouy

Otro autor hondureño que hizo eco del tópico de la «mujer fatal» fue Juan Ramón Molina, quien escribió un soneto titulado «Salomé». Molina, en estilo claramente Modernista, destaca también las características asignadas por los críticos a la «femme fatale» y además la dota de una especie de energía negativa capaz de despojar el amor de todos los hombres de la tierra, como se advierte en el último terceto:

(…)

Cuando enseguida te ofrendaba la

argentina bandeja, el bacará,

trémula alzaste entre los dedos. Tú

Rostro de emperatriz se demudó…

¡Decapitado nuestro amor rodó

sobre tu regia falda de tisú!

(Molina, 1977: 163).

Salatiel Rosales, en su cuento titulado de manera homónima «Salomé» enfatiza el carácter de «mujer fatal», a través de la exaltación de los atributos físicos de la mujer, así como su excesiva lujuria y perversidad:

«Salomé era una de las vírgenes más bellas de Judea. Tenía el donaire de las palmeras de Bethania; en sus grandes ojos azules se reflejaba el Tiberíades, y su cabellera era espesa y fragante como los bosques del Líbano».  (Rosales, 2006:51).

Rosales también realza la vigorosa sensualidad que ejecuta Salomé a través de la frenética danza dedicada a Herodes, acción que consecuentemente le hace ceder ante las pretensiones execrables de la bailarina de decapitar al Bautista:

«Salomé continuó sobre el pavimento de alabastro su enloquecedora danza. Flotaba como una bandera su exorbitante cabellera, brillaban sus ojos, palpitábanle los turgentes senos y sus piernas enseñaban unas redondeles dignas del apetito de un dios». (Rosales, 2005:51).

Finalmente, el desenlace del cuento muestra una actitud realmente perversa por parte de Salomé, quien despliega una postura necrofílica:

«Salomé suspendió con sus manos la venerable cabeza y posó largamente sus miradas azules sobre la faz áspera de aquel… anacoreta que condenaba la vida y el placer, y pensó con tristeza en la inmensa desgracia de aquellos ojos que nunca habían gozado nunca una bella forma femenina y de aquellos labios que no desfloraron jamás un beso de amor». (Rosales, 2006:51).

Durante los años 30 y 40 del siglo XX, otros escritores ligados a las vanguardias literarias también representaron en sus obras los prostíbulos y a las prostitutas desde una visión «bohemia». Uno de ellos fue  Arturo Martínez Galindo, quien de acuerdo a Helen Umaña moldeó una narrativa consistente, dura y descarnada, donde el leit-motiv se caracteriza por la violencia, la muerte, el incesto, el lesbianismo, el homosexualismo, la paidofilia y otros temas que hasta ese momento habían sido tabúes en la literatura hondureña.(Umaña, 1974:74-75).

Colección del francés Alexandre Dupouy .
Colección del francés Alexandre Dupouy .

Uno de estos cuentos es «Borrachera», posiblemente un relato autobiográfico y ambientado en la Tegucigalpa de finales de los años 20, donde se cuenta la historia de tres escritores -Arturo, Edgardo y Pío- pertenecientes a la clase acomodada del país, quienes un fin de semana deciden visitar un famoso y selecto prostíbulo ubicado en las afueras de la ciudad para emprender una noche de juerga. El relato enfatiza la imagen placentera y bohemia del burdel, regenteado por una «Matrona» a quien llamaban «Ma Chepa»:

«La casita de Ma Chepa, distante quince millas de la ciudad, había ocultado muchas galantes aventuras, y aún decíase que, en sus buenos tiempos, sirvió de refugio seguro y discreto a más de alguna pareja, cuyos acuartelados prestigios, amén de algún marido burlado y peligroso (cuando los maridos burlados eran peligrosos), les llevara al lejano escondrijo. Por este tiempo, la casa o establecimiento, como la llamaba solemnemente la propietaria, se había convertido en un burdelillo donde se podía probar el fruto campesino (¡las muchachas de Ma Chepa!) desnudo de afeites, horro de complicaciones y todavía con el olor montaraz en la apretada pulpa».(Martínez Galind0, 1996:84).

Una vez dentro del burdel, la «Matrona» les ofrecía a las prostitutas en los siguientes términos:

«Viera usted, Piíto, cuántas cosas buenas por aquí… Tengo una pespireña más ardorosa que su tierra, y una moza de Maraita riquísima… Ma Chepa hablaba con las mujeres como si alguna vez hubiera sido varón; o tal vez» (…). (Martínez Galindo, 1996:84).

En el cuento «Desvarío», se narra la historia de un hombre atribulado por el insomnio, quien una noche decide irse de parranda hacia los arrabales de Comayagüela y entabla una relación con una prostituta:

«—La conocí en un baile —prosiguió—; en uno de esos salones de la barriada pobre que atemorizan a la gente burguesa; en una de esas zarabandas plebeyas donde las mujeres y los hombres se llenan de alcohol hasta la borrachera. El ambiente estaba opalescente por la humareda de los tabacos, y a fuerza de calor y de humo apenas se podía respirar. A poco de entrar se percibía un olor a hembra en celo y a macho cabrío, y hasta las palabras olían a satyrion (…)» (Martínez Galindo, 1996:103).

Sin embargo, el cuento mejor logrado por Martínez Galindo sobre esta temática es «La Nati», una narración que cuenta la historia de una prostituta, quien es asediada en el Burdel «La Gloria» por un galán llamado Octavio. El cuento muestra no solamente el ambiente de bohemia, sino también los vicios, pendencias y crímenes que cometían los parroquianos por el amor de las prostitutas tal y como se describe a continuación:

«Sana alegría la de Octavio al recorrer la vieja escena de sus correrías de colegial. Y ahora recordaba, por ahí se iba a La Gloria. Tentole la idea de volver a aquel antro que frecuentaron sus quince años de sátiro embriagado, porque esta Gloria no es la que la leyenda bíblica ofrece al Justo, sino simplemente la taberna más bulliciosa y pecaminosa de su barrio». (Martínez Galindo, 1996:147).

También se destaca en el cuento el papel de las «matronas» o «rufianas» que regenteaban los burdeles de la época:

«Cuando Octavio entró a la taberna había ya bastantes parroquianos. La actual propietaria era una vieja asmática, magra, de facciones marcadas a grandes líneas. A la vista de Octavio, bien trajeado, esbozó una sonrisa y fue solícita a ofrecerle mesa. Este se instaló y saludó al progreso en una grafonola deslustrada y en la bombilla eléctrica que pendía del techo… Le interrumpió su examen la voz de la patrona:

»—¡Mande el señor! Aquí se encuentra de todo: de beber, de comer, de fumar y —remarcó intencionada— buena compañía: jóvenes sanas, bien presentaditas (…) La tarifa es bajísima. Ya verá cómo va satisfecho el señor…» (Martínez Galindo, 1996:148).

La lectura de los relatos mencionados, permite inferir que en los años 20 la mayoría de los burdeles estaban ubicados  en Comayagüela, regenteados por «Matronas» o «rufianas» (Martínez Galindo les llama «patronas»), que usaban como distintivo focos o bombillas eléctricas, preferiblemente de color rojo, y además ofrecían una variedad de servicios como comida, bebidas, bailes, y por supuesto el más importante de todos: el «comercio amoroso», imagen que mantuvieron hasta los años 80 del siglo recién pasado.

En general, las imágenes de Martínez Galindo sobre los prostíbulos y las prostitutas son básicamente estereotipadas y tradicionalistas, representaron las facetas bohemias del tema en cuestión; sin embargo, hay que destacar el mérito del escritor en atreverse a publicar relatos sobre temas hasta entonces  esbozados en la literatura del país.

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Fotos de prostitutas del París de los años 30

Finalmente, Daniel Laínez desafiando la dictadura cariísta, publicó algunos poemas dedicados directamente a las prostitutas. En su poemario Cristales de Bohemia, se encuentra el poema  «Venus callejera», donde confiesa sin ambages lo siguiente:

Yo, que tengo un algo de pintor y poeta

gústame la hembra, lúbrica, indiscreta,

cuando se me entrega en plena desnudez.

Gústame sus rizos —sin que se los peine—,

la cálida noche de su regio empeine

y la ideal blancura de sus finos pies.

Más adelante, y de manera explícita declara abiertamente en el poema la consumación de la relación sexual con la prostituta:

Una de esas noches enliriadas

a mi estudio bohemio dando carcajadas

una hetaira joven loca penetró…

Era una temprana roja flor de histeria

que agobiada acaso por la cruel miseria

por unas monedas a mí se rindió…

¡Venus callejera! ¡Oh qué maravilla!

¡Oh, senos fragantes! ¡Frutos de ilusión!

Más que dos manzanas más bien se diría

dos alucinantes rosas de pasión…

(Laínez, s/a: 80).

Al final, en la penúltima estrofa revela el consiguiente éxtasis y deleite que le provoca la febril relación sexual tras el orgasmo descomunal:

Más que hetaira joven virgen parecía

en el blanco lecho de la posesión…

y escancié en el vaso de su fina arcilla

todos los deleites que urdiera en la orgía

aquel opulento Sabio Salomón…

(Laínez, s/a: 80).

En síntesis, la literatura hondureña (de esta época) ha abordado constantemente el tema de la prostitución desde diferentes perspectivas, pero han sido representaciones e imágenes que encasillan a las prostitutas en lo que denominamos «la literatura de bohemia», es decir, la que asocia a los prostíbulos y a las prostitutas con aspectos placenteros, carnales, libertinos y mórbidos de la vida en los burdeles; a la vez, representa a las mujeres con el tópico de la «femme fatal», como una simple devoradora de la masculinidad de los hombres, lo cual sugiere que muchos de esos escritores  de la generación modernista y de las primeras vanguardias aún compartían los ideales patriarcales de la sociedad burguesa que establecían el dominio de los varones sobre las mujeres. En realidad, fueron escasos los escritores de esa época que describieron visiones literarias sobre el tema de la prostitución desde la «perspectiva de la denuncia social», la cual aborda la prostitución pero ligada  a causas sociales como la pobreza, el machismo, la explotación laboral, la violencia de género y la desigualdad de oportunidades como desencadenantes del fenómeno de la prostitución femenina.

Bibliografía

Funes, J. (sf). Froylán Turcios y el Modernismo en Honduras. Tegucigalpa: del Banco Central de Honduras.

Martínez, A. (1996). Cuentos completos. Tegucigalpa, Editorial Iberoamericana.

Molina, J. (1977). Tierras, mares y cielos. San José de Costa Rica: EDUCA.

Umaña, H. (2006).  La vida breve: antología del microrrelato en Honduras. Guatemala: Letra Negra.

Praz, M. (1999). La carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica, Barcelona: Editorial El Acantilado

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Jorge Alberto Amaya, autor de varios libros de Historia,

es historiador y catedrático de la UNAH.

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