Honduras: Academia y Estado nación a partir del gobierno de Coronado Chávez (1845-1847)

EGO6 julio, 2016

Por: Albany Flores Garca

Los orígenes de la nacionalidad latinoamericana tuvieron lugar a partir del decaimiento del Imperio español, con la invasión de las tropas francesas de Napoleón Bonaparte en 1808. A partir de ello, y sumado a muchos otros factores, la independencia de los estados hispanoamericanos, ya de por sí económicamente independientes, fue inevitable. Pese a ello, la búsqueda por la construcción del Estado nacional es todavía un reto inconcluso en muchos de los países de la región, particularmente en los países centroamericanos.

Sobre este punto, el ensayista Jorge Alberto Amaya ha sugerido que los incipientes Estados-nación surgidos a partir de la Independencia comenzaron a partir de entonces su largo e interminable recorrido de construcción de nación y de las identidades nacionales. El autor insiste en los planteamientos realizados por Francois Chevalier, Eric Hobsbawm y Ernest Gellner. El primero expone que en muchos de los países surgidos prematuramente con las guerras de Independencia, el Estado, por rudimentario que fuese, pudo preceder a la nación como producto de la herencia de la administración colonial, mientras que los segundos, siguiendo esa misma tendencia, opinan que en realidad «son los Estados los que crean naciones y no a la inversa».

El Estado antecede a la nación porque no puede crearse una nación sin un Estado. En primer sitio, los cientistas sociales aun no logran ponerse de acuerdo sobre qué es el “Estado nación”. Teóricamente, en materia jurídica, dicho concepto hace alusión a aquellos estados que poseen tres características puntuales, a decir: un territorio plenamente definido, una población relativamente constante, y un gobierno sustentable y ordenado. Entonces, ¿cuándo comenzó la construcción del Estado nacional en Honduras y cuál ha sido su resultado? En un criterio puramente personal, en Honduras, este proceso no comenzó directamente a partir de la Independencia, como sí pudo haber ocurrido en América del Norte o Sudamérica, pues, como se ha escrito en múltiples ocasiones, la Independencia centroamericana no se conquistó a través de las armas (como sí ocurrió en México), sino más bien, por medio del consenso de la clase criolla que gobernaba la Provincia; misma que propugnó por una Independencia de escritorio antes de ver una guerra.

En Honduras, la búsqueda del Estado nacional tiene su origen incipiente en el gobierno de José Coronado Chávez (1845-1847) con la oficialización de una Academia al servicio del desarrollo del Estado. En dicho periodo, los aportes ofrecidos por la Academia (más tarde Universidad), resultaron fundamentales para hacer del Estado jurídico un Estado nación. El gobierno de Coronado Chávez emitió, desde la capital Comayagua, un total de 9 decretos para la formalización y oficialización de la Sociedad del Genio Emprendedor y del Buen Gusto que dirigiría el padre José Trinidad Reyes y sus antiguos pupilos del Colegio de Tegucigalpa, lo que no sólo significó un giro trascendental para la historia de la educación pública hondureña, sino, también, una novedosa vía para la búsqueda de creación de un Estado nuevo: un Estado Nación. El gobierno urgía de los hombres de conocimiento y de la instrucción que éstos pudieran recibir en las aulas de la Academia para darle una forma y un sentido lógico al Estado nuevo. De hecho, en su discurso con motivo de la inauguración de la Sociedad del Genio Emprendedor y del Buen  Gusto —el 12 de diciembre de 1845—, José Trinidad Reyes anunció claramente que el principal cometido de la mencionada institución sería «formar hombres para la religión y el Estado».

El pronunciamiento era esperado. La Iglesia había perdido gran parte de su poder y sus prebendas desde la época de la Federación, y por ello, la instrucción pública, una vez más en sus manos, se presentaba como una notable oportunidad para influir de nuevo en la mentalidad de la ciudadanía que, una vez instruida en la aulas de la Academia escolástica, volvería a validar la injerencia de la Iglesia en el Estado. Esto, en cambio, no sucedió de esa manera, pues, en los gobiernos sucesivos, el método lancasteriano y la influencia del liberalismo terminaron por imponerse en el modelo educativo, hasta que con la introducción del Positivismo en tiempos de La Reforma, la Iglesia acabó “definitivamente” separada del Estado, por lo menos en teoría. Pese a todo, el gran papel desempeñado por la Iglesia en la formación de la Academia, y por tanto del Estado nación, es innegable.

La administración de Coronado Chávez, como la mayoría de los gobiernos de la época, estuvo signada por una serie de convulsiones sociales (Guerras por territorio, por delimitación de fronteras, revueltas milicianas, etc.) que al contrario de detener el avance de la educación —como había sucedido en tiempos anteriores—, habían puesto de manifiesto la impostergable necesidad de crear centros de enseñanza que hicieran contrapeso a esa realidad por medio del conocimiento.

El gobierno de Coronado Chávez fue, en un sentido práctico, un gobierno de transición del Estado anárquico a la construcción de un Estado nacional, pues no sólo significó el “fin” del periodo anarquista, sino que, al mismo tiempo, estableció el verdadero comienzo de un Estado hondureño fundamentado en el conocimiento y la importancia de la Academia; proyecto que había sido impulsado en los gobiernos de Joaquín Rivera y Francisco Ferrera respectivamente. Asimismo, deben tomarse en consideración los conceptos de Gobierno y Estado en la época estudiada, pues, al parecer, los funcionarios de gobierno al servicio del Estado en el gobierno de Chávez oscilaban entre 40 y 50 (46 exactamente), por lo que podemos deducir el grado de dificultad que representaba para esos funcionarios eficientar la administración pública.

Resulta particularmente interesante que la Academia hondureña haya surgido formalmente durante el gobierno de Coronado Chávez, pues éste fue un personaje singular desde toda óptica. Se sabe que ejerció el oficio de carpintero durante toda su adultez —incluso durante su mandato—, y que no era ni profesionista ni militar, como era característico de los políticos de la época. Paradójicamente, al parecer, aun sin ser él mismo un hombre ampliamente letrado ni egresado de un centro superior de enseñanza, Chávez accedió a las peticiones del sector más culto y pudiente de la sociedad que pedía formalizar una Academia de Estudios; puesto la misma beneficiaría enormemente a la población y al Estado hondureño. Por supuesto, no está demás decir que el sector pudiente del Estado era a la vez el sector letrado, por lo que tampoco fue extraño que fuera éste el que cargara con los costos económicos de la instalación de la Academia.

Para algunos, sin embargo, ésa acción podría resultar lógica, pues podría perfectamente aducirse que en los años anteriores a Chávez —la etapa más álgida del caudillismo y la anarquía—, los gobiernos tenían prioridades más claras y quizá más importantes; como la defensa y posicionamiento del territorio hondureño a través de la guerra, que como ha sido ampliamente referido en la historiografía nacional, estuvo a la orden del día en la región.

Por otro lado, el territorio hondureño ha estado —a partir de los siglos XV y XVI— sometido a manipulaciones y controles económicos, políticos y administrativos por parte de otros estados más grandes y poderosos en diferentes etapas de su historia independiente y republicana. La formación de un Estado nacional ha carecido de la inclusión de los elementos sociales, tradicionales y culturales que pudieran resultar vitales en el proceso de construcción y consolidación de la nación hondureña.

En la época post-anarquista que comenzó con el gobierno de Chávez —basados en la descripción de los conceptos antes planteados—, Honduras no podía ser un Estado nacional por el inmenso remanente colonial que aun condicionaba los modos de vida y las costumbres generales de las sociedades centroamericanas; remanente que de hecho permitió la formación de una oligarquía político-económica cimentada en la hacienda cafetalera y la subyugación del campesinado.

Tampoco podía serlo por no contar con un territorio plenamente definido, ni con gobiernos ordenados ni sustentables; aunque sí podemos decir que el territorio contaba ya con una población más o menos permanente. La carencia de estos elementos dificultó la formación de la cohesión social que debe prevalecer en una nación; la unidad, el sentimiento de pertenencia común y la continuidad histórica en una sociedad nacional; actores que pueden existir en la confluencia de los elementos referidos, y que pueden devenir en la formación de un sentimiento nacional.

Dificultades históricas en la búsqueda del Estado nacional hondureño.

¿Cuáles son las dificultades históricas a las que se ha enfrentado el Estado hondureño en su búsqueda del Estado nación?, para la investigadora Teresa García Giráldez, una de las dificultades de la no conformación de la nación en Centroamérica (en Honduras), ha estribado en un error semántico y fonético: siempre se ha visto al Estado desde un sentido cívico (Patria), y no desde un sentido cultural y étnico (nación); lo que imposibilitó la conformación y consolidación de la nacionalidad, de la nación en sí: «La dimensión institucional y cívica se colocó por encima de la cultural y étnica». Aquí encontramos dos pugnas intelectuales importantes. Por una parte, José Cecilio del Valle defendía la nación cívica, mientras que Antonio Batres Jáuregui la nación civilizada.

No podemos olvidar que en ese momento (década de 1830), no existía una clase intelectual propiamente dicha, pues ésta sólo apareció en Centroamérica a finales del siglo XIX, como producto de los intensos cambios de la segunda mitad de ese siglo. No obstante, su compromiso era defender la libertad, la justicia y los valores universales; la ética y la moral que devolverán a los individuos la claridad de las ideas.

Lejos de eso, Juan Arancibia ha hecho hincapié en lo que según él son los tres principales factores que han dificultado la consolidación del Estado nacional hondureño. Para este autor, estos tres factores estriban en: la deficiente y corrupta administración pública, la carencia de una identidad nacional hondureña, y en la inexistencia de una clase política nacional.

En un primer punto, el autor se refiere a la época colonial, cuando el papel de la minería en el poblamiento y en la creación de una identidad incipiente fue de gran importancia para la Provincia. Además, hace énfasis en la inexistencia de un mercado nacional, pues la economía era todavía de subsistencia y auto consumo, con productos de monocultivo, exportaciones escasas, y en general, el comercio hondureño permanecía casi al margen del mercado mundial (europeo), cuyo crecimiento se  aceleraba por el impulso técnico–industrial que le imprimían los adelantos de la Revolución Industrial.

Los intentos por construir el Estado nacional hondureño se vieron impedidos, desde la post-independencia hasta la Reforma Liberal, por la carencia de una serie de factores de carácter social y cultural, que al no estar presentes en la sociedad hondureña, hicieron más difícil la creación de una identidad. Sobre esto, Arancibia nos dice: «Existe una lengua común, una religión común, pero no se puede decir que hay una historia común…la desintegración territorial, la incomunicación, la ausencia de clases nacionales, la ausencia de un mercado interno, no permiten tal historia común».

Sin embrago, esta falta de historia común y de una identidad hondureña pueden explicarse por la ausencia de una lucha hondureña por la Independencia nacional, cuyo proceso hubiese generado un fondo histórico heroico que sólo se intentó crear en tiempos de la Reforma Liberal; un sentido de heroísmo  que además «hubiese creado solidaridades, unificado voluntades y desarrollado una conciencia de pertenencia a una comunidad común».

Por último —y mucho más importante— está el papel desempeñado por la clase dominante, o sea la burguesía, cuyo gran error en la búsqueda de la consolidación del Estado nacional ha radicado en el hecho de nunca haberse constituido como clase nacional en el país que dirigía: la clase política de la nación nunca se sintió nacional.

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Albany Flores Garca es escritor, historiador y editor, Honduras, 1989. Es autor de los libros Geografía de la ausencia y La muerte prodigiosa, es editor en malàdive editores, y director-fundador de la revista El zángano tuerto.

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