HAGAMOS ALGO PARA SIEMPRE

EGO24 octubre, 2017

Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra

traspasado por un rayo de sol:

y enseguida anochece.

Salvatore Quasimodo

De Jorge Martínez Mejía

En el limbo de una dictadura feroz, hija de los viejos esquemas, con más ojos hacia atrás que hacia adelante, los hondureños apenas podemos ver lo que viene. Eventos trascendentales como un Congreso de Historia, que no solo no despertó el interés deseado en la población sino que no produjo planteamientos contundentes de cara a lo que se avecina, quizás porque la Historia contemporánea no es recibida con la trascendencia que merece, o tal vez porque no significa nada para la economía de los cafetaleros, los ganaderos o los financieros. Solo el proceso electoral, en el que, además de los historiadores, se haya sumergido el caminante de a pie, el transeúnte ignorado, parece cobrar el máximo interés de una población semi embrutecida.

Doctores, licenciados, periodistas, trabajadores culturales, maestros, obreros y obreras de la maquila, trabajadores del campo y de las franquicias; empleados públicos atrapados en la desdicha de seguir a los corruptos que los dirigen por la necesidad de no morirse de hambre; buseros, taxistas, lancheros y pescadores; todos parecen mimetizados, hipnotizados por una realidad que los rebasa y que los lleva hacia donde dispone el capital pagado a los medios de comunicación.

La pobre ingenuidad del hondureño apenas le permite ver su propia máscara, la brutalidad que le han tatuado a fuego y sangre. ¿Qué es lo que hay dentro de nosotros en estos tiempos en que nos enfrentamos a ser o no ser? Arruinados en nuestra historia más reciente, en la defenestrada memoria de la lucha por la dignidad, parece que nos encaminamos al espinoso desastre de vivir la vergüenza de ser dirigidos por criminales. La pregunta esencial es ¿Es irreversible este oprobioso y miserable destino de vivir bajo la égida de narcotraficantes, ladrones y lavadores del erario público? ¿Qué es lo que está fallando? ¿Es culpa de otros que reconocidos malvivientes nos condenen a la triste soledad de vivir y morir sin dignidad por el resto de nuestra existencia?

Yo me planto en el escabroso ladrillo de decir que no. Digo que este es un momento crucial y que debemos hacer algo más que seguir la fanfarria electoral. Me han cuestionado por mis frases zahirientes en contra de una intelectualidad timorata, pero digo más, es pacata y remilgada en su lenguaje; feliz en la desdicha de cambiar la patria no solo por un salario, sino por el triste milagro de un “like”. Me planto, y al igual que la mayoría confieso que aún no sé qué hacer, pero no quiero que mi pensamiento ni mis miradas se atosiguen de placebos para la resignación.

No es cierto que es irreversible, ni que la única alternativa sea seguir el juego de procesos electorales en los que ya sabemos lo que sigue en la lectura de resultados. La cobardía de no poder congregarnos y seguir en la absurda tarea de amamantar una egolatría de payasos significará la condena a muerte de miles.

Estamos hartos de seguir el juego no solo a la dirigencia mediocre, a la impasibilidad con que los voceros del pueblo guardan silencio en la lejanía. Debemos hacer algo ahora, como ciudadanos de a pie, fuera de la agenda política electoral que se ha tragado a los pensadores, a los artistas, a los poetas, a los fotógrafos y dibujantes, a los pintores, a los locutores y ventrílocuos. Somos millones de hondureños que siempre esperamos más firmeza en el liderazgo que ahora se pelea por tristes puestos de regidurías, alcaldías y diputaciones.

Después dirán que hicieron todo lo que pudieron cuando reciban el mísero dinero de los narcotraficantes instalados de por vida en el Congreso y en los otros poderes del Estado.

Escribo desde las fuerzas naturales que me habitan como si de una terrible visión se tratara. Pienso que la intelectualidad hondureña se ha subordinado por distintas causas al más avejentado hacer político del país. Pareciera que no hay salida sino seguir los pasos de esa casta tradicional traicionera, megalómana y viciada de vivir del erario público. No podemos proponer nada distinto para frenar esta confabulación de la oligarquía hondureña y su trampa.

Les invito a reflexionar con más atino que yo, pero, por favor, callen ahora o digan y hagamos algo para siempre.

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