Gracias por las luces, homenaje a George Orwell

EGO3 noviembre, 2017

Por Luis Hércules

Es nuestros días ocurren situaciones que parecen sacadas de alguno de los libros de George Orwell. Sus obras están llenas de ficción, de criticas al “poder”, al totalitarismo, a las ideologías, a las guerras, a la literatura, al periodismo, y hasta a él mismo. Su nombre real es Eric Arthur Blair. Nacido en la India en 1903, sus padres eran de origen británico y birmano, quienes le trasladaron a Inglaterra para que creciera y estudiara. Es un personaje histórico que participó en diferentes contextos trascendentales en diferentes partes del mundo.

Es el autor de “Homenaje a Cataluña”, un libro que ha sido muy releído las últimas semanas por los acontecimientos en Barcelona y el interés de algunos sectores por independizar esa región. Orwell relata en esa obra su participación en la guerra civil española del siglo pasado. También escribió la novela “1984”, donde cuestiona a un gobierno que lo controla y vigila todo; y describe a un personaje a quien todos los ciudadanos deben respetar, “El Gran Hermano”. Vale la pena mencionar que “1984”, aumentó sus ventas en Estados Unidos, después que Donald Trump ganara las elecciones presidenciales de ese país en 2016.Para entrevistar a Orwell había que investigar en que cosas creía y en cuales no. La magia negra era una de las cosas que le generaban curiosidad mientras estaba vivo. Tan así que mientras era estudiante practicó con un muñeco de vudú. También, mientras estuvo en Birmania se tatuó unos pequeños círculos azules en los nudillos que servían para alejar la mala suerte. Por tanto, tuvimos que contactar a una médium que se encargara de buscarlo y nos sirviera de canal. Los médiums son personas muy sensibles, capaces de crear contactos con energías de personas que ya están muertas.

Nos trasladamos a una aldea en una montaña ubicada en el departamento de La Paz, a unas cuatro horas de Tegucigalpa. Salimos a las 4:00PM y llegamos a las 8:00PM. En la comunidad no había servicio de electricidad, por lo que hubo dificultad en el camino, la carretera de tierra, llena de neblina hizo que el trayecto fuera más largo y le puso un poco de terror a la aventura. Es una zona muy boscosa, por lo que en los momentos en que la neblina no tapaba la vista, nos la decoraban unos árboles muy grandes. Los relámpagos nos regalaban una especie de “flash” natural a nuestros ojos para poder apreciar aquella imagen.

Al llegar al pueblo -del cual nos guardaremos el nombre para proteger a nuestro contacto, pues en Honduras, este tipo de prácticas se consideran brujería y aun existe cacería a esas personas-, nos detuvimos a esperar en el parque central, el cual no está en el centro, sino, a una cuadra de la entrada, pero que asumimos se le denomina así por el significado del parque. A su lado tiene una iglesia católica bastante vieja. Del otro lado hay un pequeño edificio de apartamentos de alquiler para empleados del gobierno, empleados de organizaciones de cooperación internacional, y visitantes esporádicos en la zona. Es allí donde acordamos nuestra cita. Alquilamos uno de esos para sostener nuestro contacto.
Cinco minutos después de nuestra llegada, se acercó a nosotros (mi acompañante que maneja y yo) una mujer anciana, baja de estatura, con un candil en su mano izquierda para alumbrar su camino en aquella calle de tierra iluminada únicamente por la luna llena, que salía cada vez que las nubes se lo permitían. “Hace dos días no hay luz”, comentó con una voz bastante cansada.

“Apúrense, nos está esperando el señor”, nos dijo apresurada, por lo que nuestro saludo de bienvenida fue muy corto. Cruzamos la calle, abrimos un portón negro, entramos y subimos unas escaleras de metal que nos dirigieron a un segundo piso. No había nadie más en los apartamentos, y en el pequeño pueblo tampoco parecía haber gente. No vimos a nadie más en el tiempo que llevábamos allí. La señora dijo que las personas se acuestan a dormir temprano, por lo que era una posible razón para no ver a nadie.

Entramos al cuartito, no había nada más que una mesa en el centro con cuatro sillas de plástico. La mesa tenía también un mantel de plástico de color azul. Del lado de la mujer habían tres imágenes en papel de fotografía de George Orwell que imprimimos en Tegucigalpa y se las enviamos en el bus como encomienda a la señora.

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La primera es un “plano medio corto” de Orwell, la más común en internet.
La segunda es una imagen suya mientras participaba en la guerra civil española y en la tercera carga en brazos a su hijo, Richard Blair.
La segunda es una imagen suya mientras participaba en la guerra civil española.

 

Y en la tercera carga en brazos a su hijo, Richard Blair.
Y en la tercera carga en brazos a su hijo, Richard Blair.

Era una especie de altar el cual se iluminaba con una candela roja. Desde la ventana del cuarto se podía ver la luna. La cual estaba completamente despejada. A los pocos minutos de sentarnos, y de estar asombrados del ambiente creado para nuestra entrevista, la señora nos volvió a dirigir la palabra desde aquel “Apúrense”, para pedir que nos quitáramos todo lo que nos podía hacer sentir pesados en algún momento. “Cuando la luz de la luna empiece a iluminar la primera foto, es momento de empezar y cuando llegue a la última, habremos terminado”, nos dijo.

Sentados, ella frente a mi con el pequeño altar, y mi acompañante a mi izquierda; nos propusimos seguir con nuestros ojos y en total silencio a la luz de la luna que reflejaba al chocar con la ventana, una especie de línea que simulaba una aguja de reloj en la mesa. Estaba muy cerca de alcanzar la primera imagen. “Saque las preguntas”, me ordenó. Yo, asustado, abrí mi mochila, saque un lápiz negro y una libreta pequeña donde tenía las preguntas y alumbré con el celular la primera. Puse la mochila en el suelo, cerca de mi pie derecho, respiré profundo, y vi a los ojos a la anciana. En ese momento el reflejo de la luna, llego a la primera, bajamos la mirada juntos y ella, muy segura, pronunció un, “Ya.”

De pronto, la mirada de la señora cambió. La profundidad era menor, sus patas de gallo se veían menos marcadas, y parecía sonreír. “Nada que ver como lo pintan en las películas”, pensé. De pronto, pronunció un par de palabras que al inicio no entendimos. “Hey, how is it going?” (¿Cómo va todo?), repitió unas dos veces. Orwell hablaba ingles con acento británico, un tono cansado, pero era muy amigable, por lo que la entrevista sería así. A lo que respondí en ingles y el resto de la entrevista se desarrolló de esa manera, por lo que si hay algún error en la interpretación del contenido de la entrevista, tendrá que ver con ello.

Yo estaba nervioso. Por lo que me voy a saltar el saludo e iré de una vez a la primera pregunta que fue a las 8:23PM: La policía, Orwell, ¿qué te motivó a pertenecer a la policía birmana tan joven y qué cosas pudiste ver en ese tiempo?

Pues, al terminar mis estudios en Eton, muy joven (19) quise cambiar algunas cosas en mi vida. Agradezco que empecemos por aquí las preguntas porque es el inicio de mis incertidumbres políticas y al no tener posibilidades de conseguir una beca para continuar la universidad, quería ver el mundo. Aprovechando mi origen indio-británico, me enlisté en la “Policía Imperial India en Birmania”. Recordemos que para esos días, Gran Bretaña tenía muchas colonias y procesos de colonización en la Asia.

 Escuela de entrenamiento provincial birmano en 1923. Arthur Blair (Orwell), es el tercero de pie de izquierda a derecha.

Escuela de entrenamiento provincial birmano en 1923. Arthur Blair (Orwell), es el tercero de pie de izquierda a derecha.

Estuve cinco años, pero no podía más. Odiaba la forma en que se imponía a las personas una colonización que muchas personas ni se daban cuenta. Era natural para ellos obedecer. Y en 1927, regresé a Inglaterra. ¿Sabes?, cuando una persona vuelve al lugar al que cree pertenecer, después de haber pasado tiempo fuera, tiene mentalmente muchos conflictos y cuesta que se adapte, yo tuve problemas con eso.

¿Por qué el seudónimo de George Orwell?

Yo regresé a vivir a la casa de mis papás a finales de 1929, derrotado, sin dinero y enfermo. Después de volver de Birmania hice trabajos de todo tipo, pero mis problemas de salud me obligaron a dejar de hacer muchas cosas, por lo que opté por dedicarme más a escribir. Me fui a vivir a Paris en 1927 para intentar mi carrera en las letras y terminé lavando platos. También me fue muy mal.

En 1933, con 30 años, publiqué mi primer libro “Sin Blanca en Paris y Londres”, con el seudónimo “George Orwell” porque no quería incomodar a mis papás. Ese primer libro era una narración de haber tocado fondo, y una critica a dos ciudades pretenciosas como Paris y Londres.

Me cruzaron por la mente otros nombres, pero “George Orwell” tiene una carga de tradiciones inglesas, por ejemplo, “George” es el santo patrón de Inglaterra, y “Orwell” es el nombre de un río en Suffolk en Inglaterra, con mucha carga simbólica. Además consideré que un apellido que empezara con la letra “O”, le daría una buena posición a mis libros en los estantes de las librerías.

Háblenos un poco de “Sin Blanca en Paris y Londres”, ¿Cómo fue tocar fondo en medio de la mayor crisis económica del siglo pasado?

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Mira, yo creo que todas las personas a lo largo de sus vidas van a tocar fondo por lo menos una vez. De muchas maneras. En mi tiempo en Paris y Londres pude ver a mucha gente solitaria, desquiciada y que renunciaron a ser personas normales en dos de las sociedades con más riqueza económica y que sufrían las consecuencias de la “Gran Depresión de 1929” sin darse cuenta.

Existen dos extremos donde estamos los pobres, que al serlo, nos liberamos por completo de esos patrones de comportamiento normales y luego las personas excéntricas con mucho dinero que tienen miedo de caer en la pobreza.

Aunque no me lo creas, hay una sensación en la pobreza que genera consuelo. Cualquier persona que haya tenido problemas económicos me va a entender. Hay una sensación de alivio, de placer al saber que por fin estás sin nada. Pasamos pensando mucho en el miedo que tenemos de acabar en un abismo, de no tener absolutamente nada y resulta que de repente estás allí, sin nada, acabado y podes soportarlo, eso nos quita muchas preocupaciones.

El reflejo de la luz de la luna casi terminaba de cubrir la primera imagen, teníamos apenas una esquina por cubrir y habían tantas cosas que preguntarle.

En 1935 publicaste “La Hija del Clérigo”, ¿Es una critica al patriarcado de tu época?

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Parece que la leíste -dice en tono de burla-. Si, esa novela es una critica al poder, a la forma de vida de muchas mujeres, sobre todo las mujeres en el campo, y de cómo interpreté muchas cosas que alcancé a observar durante mi trabajo como profesor combinada con mi experiencia de vida y la crisis de 1929 que seguía impactando por todas partes.

Esa es una historia que mediante el personaje de “Dorothy Hare”, cuento como al ser hija de un reverendo -una figura respetada en los pueblos- también existe opresión y sobre todo, castigo. Hare, vivía en condición de criada en su propio hogar. No sé cómo es en Honduras, y en su tiempo, pero esas son características del pasado. Luego, ese personaje inicia un viaje donde empieza a cuestionarse la existencia en medio de la miseria. Esa opresión, miseria y crisis existencial nos pasa tanto a mujeres y hombres, y en esta novela, a pesar de que el personaje es una mujer, es mi crisis representada por ella.

Teníamos más preguntas para Orwell sobre esos días, pero la luz de la luna cubrió por completo la primera fotografía y tuvimos que pasar a la siguiente. La foto en la que aparece en la guerra civil española.

Orwell, en los últimos meses se ha hablado mucho sobre Cataluña, el 1 de octubre de este año se celebró un referéndum para independizarse de España, por lo que tu libro “Homenaje a Cataluña” se empezó a vender más y yo tengo que preguntarte sobre él.

¿Cómo llegaste a la guerra civil española? ¿Qué te motivó?

¿En serio, me vas a preguntar sobre la guerra civil española? (ríe) ya me estabas aburriendo y me das en el inicio mi crisis ideológica.

Pues antes de hablar de mi llegada, vamos a explicar lo que pasaba en España a las personas que van a leer la entrevista. Ese país ya había tenido algunos acontecimientos recientes que fueron acumulando algunas tensiones, por ejemplo la revolución anarquista y socialista de 1934 que el ejército logró intervenir, pero que no la detuvo.

En febrero de 1936, el Frente Popular, una coalición formada por los principales partidos de izquierda del momento, consiguió ganar las elecciones generales. Apenas pasaron cinco meses para que el ejército intentara dar un golpe de Estado en julio.

Ese hecho provocó el inicio de la guerra civil en la que hubo una fuerte resistencia de parte del bando republicano; conformado por la Izquierda Republicana, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), Partido Comunista de España, Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), al que me enlisté, el Partido Sindicalista, en Cataluña los nacionalistas de izquierda eran encabezados por Esquerra Republicana de Cataluña la cual recibía el apoyo de los movimientos obreros y sindicatos de la Unión General de Trabajadores (UGT) y la Central Nacional de Trabajadores (CNT), y el ataque constante del lado sublevado, lo aglutinaban el mando militar institucionalizado en la Junta de Defensa Nacional, la Falange Española de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas, los Carlistas, los Monárquicos Alfonsinos de Renovación Española, la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), la Liga Regionalista, y la iglesia Católica.

Yo llegué a Barcelona el 26 de diciembre de 1936 con una carta de recomendación del Partido Laborista Independiente británico. La intención era escribir artículos para periódicos sobre la guerra civil española y debía integrarme a las brigadas internacionales, pero decidí ingresar al cuartel Lenin en la milicia del POUM, casi enseguida porque en aquel momento y en aquel ambiente parecía lo único lógico. Para alguien que venia de Inglaterra, el aspecto que ofrecía Barcelona era abrumador y sorprendente. Era la primera vez que yo pisaba una ciudad donde estaban al mando los obreros. Había una revolución allí.

¿Qué otras cosas veías al momento de tu llegada a Barcelona?

Por ejemplo, casi todos los edificios estaban tapizados de banderas rojas o con la bandera roja y negra de los anarquistas. Habían pintado la hoz y el martillo y las iniciales de los partidos revolucionarios en todas las paredes. Habían saqueado casi todas las iglesias y quemado las imágenes. En todas las tiendas y cafés había una inscripción que advertía de que los habían colectivizado, incluso los limpiabotas habían pintado sus cajones de rojo y negro. Los camareros y los dependientes de los comercios te miraban a los ojos y te trataban de igual a igual. Las formas de tratamiento serviles o ceremonias habían desaparecido temporalmente. Nadie usaba el adjetivo “señor”, ni “don”, ni siquiera el “usted”, sino que todos se llamaban camarada, se tuteaban y decían “¡salud!” en lugar de “buenos días”.

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Realmente me dejé llevar por las apariencias y pensé que aquello era de verdad un Estado obrero y que los burgueses habían huido, habían sido asesinados o se habían pasado voluntariamente al bando de los trabajadores, no reparé en que muchos burgueses ricos se habían limitado a ser discretos y disfrazarse de proletarios por un tiempo.

Cualquiera que procediese de la encallecida y desdeñosa civilización  de los pueblos de habla inglesa, se hubiera enternecido al ver la literalidad con que aquellos españoles idealistas se tomaban las trilladas consignas revolucionarias. Por encima de todo, la gente confiaba en la revolución y en el futuro, y se tenía la sensación de haber entrado en una era de libertad e igualdad. Las personas estaban tratando de actuar como tales y no como resortes de la maquinaria capitalista.

¿Cómo fue tu experiencia en el entrenamiento que recibían para ir al frente en la guerra?

Esa fue una experiencia muy rara para mí. Fíjate que me habían dicho que los extranjeros no estaban obligados a hacer el entrenamiento, en ese entonces me pasaba por la mente que los españoles tenían el patético convencimiento de que todos los extranjeros sabían más que ellos de cuestiones militares, pero, como era de imaginarse, me fui con los demás. Yo quería aprender a manejar una ametralladora. Consternado, me di cuenta que no se nos enseñaba nada sobre el uso de armas. El entrenamiento consistía en estúpidos y anticuados ejercicios de desfile, variación derecha, variación izquierda, media vuelta. Era un modo insensato de entrenar a un ejército de guerrilleros.

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Es evidente que, si solo se dispone de unos días para adiestrar a un soldado, es imprescindible enseñarle lo más necesario: ponerse a la defensiva, avanzar por terreno despoblado, a montar guardias y construir un parapeto, y sobre todo a utilizar armas. Sin embargo, aquella turba de muchachos entusiastas a quienes iban a enviar al frente al cabo de unos días no aprendía ni siquiera a disparar un fusil o a quitar el seguro de una granada. En aquel momento no caí en cuenta que sencillamente, no tenían armas.

Siempre que podía arrinconar al teniente que nos daba la instrucción, exigía que me enseñasen a manejar una ametralladora. Sacaba mi diccionario Hugo del bolsillo y le decía en un castellano muy malo: “Yo sé manejar fusil. No sé manejar ametralladora. Quiero aprender ametralladora. ¿Cuándo vamos a aprender ametralladora?”

A modo de respuesta recibía siempre una sonrisa agobiada y la promesa de que me enseñarían a manejarla “mañana”. No hace falta decir que “mañana” nunca llegó.

La luz de la luna reflejaba su sombra a la mitad de la imagen y yo todavía tenía muchas cosas que preguntarle. Por lo que tuve que saltar algunas preguntas.

Al final terminaste tu entrenamiento y te fuiste al frente de Aragón, ¿cómo fue tu experiencia en las trincheras de la Sierra de Alcubierre?

Estuve en la sierra desde enero hasta mayo del 37, así que voy a comentar un poco ese tiempo allí. En el Frente de Aragón las cosas me empezaron a desilusionar. Nada pasaba, nunca. Una de las primeras anécdotas que recuerdo de abrir fuego, fue cuando vi por primera vez la trinchera de los fascistas, era muy lejos de la nuestra. En aquel primer momento, dos figuritas grises ascendían torpemente la ladera. Mi compañero Benjamín, agarró el primer fusil que encontró. Recuerdo su rostro, estaba emocionado.

Tomó posición de disparo, siguió a los fascistas con el mirador, apuntó, apretó el gatillo, y, ¡Click!… salió defectuoso el cartucho.

Eso era un mal presagio, Luis.

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Las primeras tres semanas había disparado apenas tres veces contra el enemigo. Dicen que hacen falta mil balas para matar a un hombre, por lo que a ese paso necesitaría 20 años para matar a mi primer fascista. Con el tiempo la experiencia se volvió dura, ya no era el enemigo la mayor preocupación. Las cinco cosas a las que le dimos mayor importancia en nuestra trinchera, eran en este orden: (mientras me decía esto, mostraba las manos de la señora y contaba con cada dedo de su mano izquierda) leña, comida, tabaco, velas y el enemigo. Al enemigo lo veíamos en un lejano último puesto. Nadie se preocupaba por ellos y seguramente ellos tampoco se preocupaban por nosotros. Seguramente la verdadera preocupación de ambos ejércitos era combatir el frío.

Con el paso de los días, escaseaba el agua, no nos quitábamos la ropa. En 80 noches me desvestí tres veces y creo que mi experiencia en Paris y Londres fue útil para esto. Todo eso me servía para cuestionar la guerra, luchábamos contra la pulmonía, no contra hombres. Déjame pensar, creo que recuerdo a los primeros cinco heridos que vi en España, si, pero ¿sabes qué?, debían sus lesiones a nuestras propias armas, y no quiero decir que eran intencionadas, sino, producto de algún accidente o descuido.

Cuando se acercaba la primavera todo escaseaba: botas, tabaco, ropa jabón,  fósforos, velas, aceite de oliva. Lo peor era la escasez de tabaco. Además, apareció un nuevo enemigo, los piojos. En la guerra, todos los hombres tienen piojos.

Otra anécdota que debo contarte es la que me pasó a finales de marzo, se me infectó una mano; me la abrieron y tuve que llevar el brazo en cabestrillo. Tuve que ingresar a un hospital. Estuve diez días allí, parte de ellos en cama. Los practicantes me robaron casi todos los objetos de valor que poseía, incluidas la máquina fotográfica y las fotos. Todos robaban en el frente, como efecto inevitable de la escasez, pero el personal hospitalario siempre era el más ladrón.

Y en mayo volviste a Barcelona, ¿cómo fue ese regreso después de pasar cuatro meses en el frente?

Cuando salimos de permiso, yo llevaba ciento quince días en el frente. Ese periodo me parecía entonces uno de los más inútiles de mi vida. Me uní a la milicia para pelear contra el fascismo, y hasta ese momento, casi no había luchado, limitándome a existir, sin hacer otra cosa más que padecer frío y falta de sueño. Quizá ese sea el destino de casi todos los soldados en casi todas las guerras.

Cómo veras, por lo que te he contado, en el frente yo estaba aislado del mundo exterior, incluso, aislado de lo que ocurría en Barcelona. Al volver, tres meses y medio después yo estaba confundido, la atmósfera revolucionaria había desaparecido. El cambio en el aspecto de la gente era increíble. La mayoría parecía usar esos elegantes veraniegos en los que se especializaban los sastres españoles. En todas partes se veían hombres prósperos y obesos, mujeres bien ataviadas y coches de lujo. Ya se podía observar una jerarquización social bien definida.

Al inicio pensé que mi primera impresión de diciembre habría sido errónea. Pero descubrí que un profundo cambio se había producido en la ciudad. Dos hechos constituían la clave de ese cambio: el primero era que la gente, la población civil, había perdido gran parte de su interés por la guerra: y el segundo, que la división de la sociedad en ricos y pobres, clase alta y clase baja, se volvía a instaurar, pero ahora los ricos eran los comunistas aliados con los burgueses. Era todo muy raro, los restaurantes y hoteles estaban llenos de gente rica que devoraba comida cara, mientras para la clase trabajadora, los precios de los alimentos habían subido sin un aumento compensatorio en los salarios. ¿Y los responsables?, comunistas, querido. Estaban alarmados por la creciente libertad democrática en Barcelona.

Otra cosa que llamó mi atención para aquel momento, es que existía una propaganda muy extraña. Desde febrero, todas las fuerzas armadas combatiendo el fascismo quedaron teóricamente incorporadas al Ejército Popular. Las milicias se reorganizaron sobre el modelo de aquel, con pagas diferenciadas, jerarquización, etcétera, etcétera. Lo que te quiero decir con que todas las milicias fueran parte del Ejército Popular, es que se utilizó como propaganda. Toda victoria se atribuía automáticamente al Ejército Popular y todos los desastres se achacaban a las milicias y a los obreros. Cuando las cosas eran al contrario, las milicias eran las que estaban al frente y el Ejército Popular era únicamente adiestrado para la retaguardia, algo que se ocultaba públicamente.

En esos días en Barcelona, traté de hacer todas las cosas que no había podido hacer mientras estaba en el frente. Mi esposa estaba en España. Pasé tiempo con ella y en mis planes estaba irnos unos días a la costa. Me dediqué a comer en exceso los primeros días, tanto que llegué a enfermarme y al final no nos fuimos. También quería comprar una pistola. Era más efectivo tener una que uno de los fusiles que se usaban en el frente. Otra de las cosas que quería hacer era abandonar el POUM, para este tiempo, mis preferencias personales estaban más con los anarquistas. Quería unirme a alguna de sus milicias.

El 1 de mayo de 1937 en Barcelona, fue el más raro probablemente en toda Europa. Había un proceso revolucionario en marcha, se mostraría fuerza de parte de todos los movimientos, pero la división interna entre comunistas y los obreros generó rumores de posibles enfrentamientos entre sí. Al final, se suspendió a último momento la manifestación para evitar los disturbios. Lo último que yo deseaba era verme mezclado en alguna tonta lucha callejera. Marchar por la calle detrás de banderas rojas, con ampulosos eslóganes escritos, para luego morir de un balazo de metralleta desde alguna ventana por un desconocido no respondía a mi idea de lo que era una forma útil de morir.

El 3 de mayo, entre las tres y las cuatro, me encontraba a media altura de las Ramblas cuando oí varios tiros. Me di la vuelta y vi a algunos jóvenes que, con fusiles en mano y los pañuelos rojo y negros de los anarquistas al cuello, desaparecían por una bocacalle en dirección norte. Inmediatamente pensé, ¡Ha comenzado!. Era un enfrentamiento en la Central de Telefónica, originado por guardias civiles y en contra de trabajadores de la CNT, quienes tenían el control del edificio. Luego llegaron los anarquistas y se generó una refriega general. Dominaba la idea de que la Guardia Civil andaba detrás de la CNT y de la clase trabajadora en general. Hasta ese momento, nadie parecía responsabilizar al gobierno. Era claro que algo que no alcanzábamos a comprender del todo, estaba pasando.

Pasé los siguientes tres días con sus noches en la azotea de un cine. No corría ningún peligro. No sufrí más que hambre y aburrimiento. Pero se habían levantado barricadas y muchos rumores, esos últimos sobre todo. Comprendí en ese momento que cuando la lucha concluyera, el POUM, que era el partido más débil y, por ende, el chivo expiatorio más propicio, cargaría con toda la culpa. Si el gobierno nos declaraba la guerra, no teníamos otra alternativa que defendernos. Era para entonces, una contrarrevolución comunista. Los periódicos del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), no estaban sometidos a la censura, y mediante articulo incendiarios exigían la supresión del POUM, alegando que era una organización fascista enmascarada. Los agentes del PSUC colocaron en toda la ciudad un mural que representaba al POUM como una figura que al quitarse la máscara que ostentaba la hoz y el martillo descubría un rostro horrendo marcado con la cruz gamada. Yo había sido mencionado como fascista en esos periódicos. Ya no podía considerar integrarme a otra columna. A partir de ahora estaba marcado en el POUM.

Barricadas en el centro de Barcelona durante los enfrentamientos de mayo de 1937.
Barricadas en el centro de Barcelona durante los enfrentamientos de mayo de 1937.

Al concluir la lucha, los anarquistas liberaron a los prisioneros en su poder, pero los guardias civiles no hicieron lo mismo. La mayor parte de estos prisioneros fueron encarcelados sin juicio, en muchos casos durante meses.

No me queda más que resumir todo, en que cuando acabó, los comunistas controlaban Barcelona. Los milicianos teníamos que abandonar la ciudad o convertirnos en comunistas y podrían acabar usándome contra la clase obrera española tarde o temprano. No sabía cuando volvería a repetirse una situación similar, y, si tenía que usar un fusil, prefería hacerlo al lado de la clase trabajadora y no contra ella. Así se destruyen todas las revoluciones, Luis. Todas.

Recordaba las palabras de un corresponsal con el que conversé mi primer día en Barcelona en diciembre del 36, me dijo: “Esta guerra, como cualquier otra, es un fraude.” Ese comentario me había desagradado y entonces no me pareció cierto. En mayo del 37 seguía sin parecerme cierto del todo, pero sí más que antes.

Voy a aprovechar a contarte mi reflexión sobre eso último porque así no me vas a tener que preguntar por “Rebelión en la granja” ni “1984”. Podíamos ya empezar a hacer conjeturas de lo que ocurriría. Era fácil ver que el gobierno de Caballero caería y sería reemplazado por otro más derechista, sometido a una influencia comunista aún más fuerte, lo que ocurrió un par de semanas más tarde, y que se empeñó en terminar con el poder de los sindicatos de una vez por todas. Los comentarios periodísticos acerca de “una guerra librada en defensa de la democracia” eran mero engaño. Eso significaba que el país sería sometido a alguna clase de fascismo. De un fascismo que, sin duda, tendría un nombre más agradable. Sin duda, aunque eso estaba mal, era aún peor Franco, pero que él llegara a tener el control de España dependía únicamente de esa división.

Gracias a mi participación en esa guerra, cada línea que escribí en mi vida, desde 1936 fue directa o indirectamente contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático como yo lo entendía.

Y después de eso, volví al frente de Aragón.

Ya en el frente, el 20 de mayo durante una guardia fuiste herido en un brazo y el cuello. ¿Qué se siente ser herido de bala y estar a punto de morir?

Muy bien. Recuerdo ese día con bastante claridad. Fue un amanecer precioso. Asomé mi cabeza por el parapeto, algo que era muy peligroso y… (con un profundo silencio, me vio fijamente y dijo): ¿Sabes? la experiencia de recibir una bala es muy interesante. De hecho creo que merece la pena describirla con detalle. A grandes rasgos tuve la sensación de encontrarme en el centro de una explosión, una detonación muy fuerte, una luz muy intensa a mi alrededor y sentí una tremenda sacudida aunque no me dolió. Solo fue una sacudida violenta, como una descarga eléctrica. Con ella la sensación de que me hubieran golpeado y no tuviese fuerzas para nada. Debieron pasar dos minutos en los que pensé que me habían matado.

Lo primero que pensé fue en mi mujer. Lo siguiente fue una violenta rabia por tener que dejar este mundo en el que a pesar de todo, me encuentro muy bien. Me desquiciaba aquella estúpida mala suerte. Lo absurdo que era.

Después de ese disparo me dieron de baja. Tuve que regresar a Inglaterra y fui ingresado en un sanatorio por tuberculosis. Luego fui a Marruecos a recuperarme.

La luz dela luna, ya apuntaba el final de la segunda fotografía (la más larga ya que tuvo que cruzar toda la ventana). Para la última tendría muy poco tiempo debido a que la posición era únicamente para ocultarse.

Por lo que pensé, al momento de enviar las fotos en que podíamos aprovechar para enviar un saludo al hijo de George Orwell, Richard Blair. La tercera imagen es de Orwell sosteniendo en brazos a Richard. ¿Te gustaría enviarle un saludo? -agregué-

Por favor decile a Richard que le mando un abrazo, como en esa fotografía. Y a vos, te manda saludos David Bowie. Espera hablar pronto con vos, me dice en este momento.

Agarró la tercera foto, la observó por mucho tiempo. Salieron unas lágrimas de los ojos de la señora y comprendí que no era momento para preguntas.

De repente, colocó la foto en la mesa. Siguió su movimiento con la mirada, la levantó y me vio fijamente. “Me voy a Cataluña”, cerró.

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