EL MALESTAR EN LA LITERATURA NICARAGÜENSE

EGO15 junio, 2016

…Por Roberto Carlos Pérez

I

A través de los años la literatura nicaragüense ha estado estrechamente vinculada a la historia del país. Con la excepción del Modernismo y su huella universalista, en gran medida los temas literarios se han adherido a los momentos más trascendentales de Nicaragua: logros, fracasos, aciertos y desaciertos, guerras y destrucción han quedado eternizados en todas las formas literarias posibles. Basta un breve recorrido, desde principios del siglo XX, para probar el punto.

Comencemos, por ejemplo, con El soldado desconocido (1922), de Salomón de la Selva (1893 – 1959). Mediante inusitadas innovaciones lingüísticas, este poemario introdujo la primera gran inquietud social e histórica de nuestra literatura. Nos encontramos en las trincheras de las tropas británicas en la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918). En tono incidental, sin pretender un mensaje transcendente, un joven soldado nicaragüense escribe sobre el horror del combate, las bombas, los muertos, los heridos y al hacerlo construye un esperpéntico inventario de la condición humana a principios del siglo XX.

Todo es grotesco, monstruoso y descomunal. El poeta no escatima recursos lingüísticos –rigurosas imágenes y estridentes onomatopeyas que apuntan con precisión al fragor de la guerra– para describir límpidamente un inimaginable conflicto bélico. Cabe añadir que el pequeño poemario de Salomón, quien se cuenta entre los primeros vanguardistas hispanoamericanos, abrió la puerta de Nicaragua a un tipo de poesía directa, parca en la retórica poética de su tiempo y profundamente conmocionada por el acontecer social.

II

Sin la presencia de El soldado desconocido no puede explicarse la vanguardia nicaragüense de los años treinta, aun cuando sus integrantes no le reconocen a de la Selva un papel central en su movimiento. Pero la vanguardia va más allá de Salomón.

Se ha dicho hasta la saciedad pero aquí vale la pena repetirlo: no ha habido una reflexión más deliberada y profunda sobre la condición nicaragüense que la elaborada por el Movimiento de Vanguardia (1927 – 1933). Fueron los vanguardistas quienes por primera vez dirigieron la mirada hacia los malestares de la sociedad nicaragüense, sus conflictos y, sobre todo, su comportamiento de clases. No rehuyeron al tema político y en ocasiones, algunos quemaron barcos por defender sus convicciones. Inicialmente abanderados por Sandino y su lucha contra la intervención norteamericana, fueron enérgicos críticos de la naciente dictadura somocista aunque posteriormente discreparon entre sí respecto al desarrollo del somocismo.

Si bien con ellos reinó la poesía, también fueron adelantados en el terreno de la narrativa. Así, uno de ellos, Manolo Cuadra (1907 – 1957) en 1945 y en una novela asfixiante, Almidón, retrató el clima que la dictadura somocista comenzaba a imponer en Nicaragua. En dicha novela, muy poco ortodoxa y también algo disgregada, vive una de las más enérgicas reacciones vanguardistas ante el régimen dictatorial de Somoza. En Almidón la censura cobra protagonismo y contra ella se levanta un tono caricaturesco, irreverente, lleno de humor que lejos de temerle, la ridiculiza.

III

¿De cuántos modos se pueden moldear las ideas en tiempos difíciles? Ernesto Cardenal (1925) encontró la respuesta en el epigrama, antigua forma poética de breve extensión que expresaba un solo pensamiento de manera satírica. Al traducir del latín los epigramas de Catulo y Marcial, Cardenal descubrió la clave para articular todo cuanto padecía políticamente Nicaragua. En sus Epigramas (1961) asistimos a una desnudez verbal que ya resonaba en el Salomón de El soldado desconocido y empezaba a madurar en Manolo Cuadra. Sin embargo, es Cardenal quien asimila el «canon», la tradición literaria, aunque no para vestirse de escritor con ella sino para mostrar que la literatura es un hecho histórico, social y fundamental en el ciudadano. En sus epigramas la vieja Roma se convierte en la Nicaragua somocista, y el amor condicionado, hiriente y herido, en un aspecto más, aunque vital, de las actitudes urbanas, de las cívitas, más que la transcendencia romántica, tan cara a modernistas y vanguardistas hispanoamericanos.

IV

Del poema a la novela y de paso al cuento. El lenguaje, es sabido, puede significar libertad o prisión. Con Los monos de San Telmo (1963) nuestras letras se adhirieron a las nuevas técnicas narrativas que el boom comenzaba a forjar, despojándolas de los temas que centraban la mirada en el campo para darles paso a personajes atrapados en el caos sicológico propio de las urbes. De esta manera Lizando Chávez Alfaro (1929 – 2006) consiguió la proeza: que un libro de cuentos nicaragüense alcanzara proyección internacional al ganar el entonces consagratorio Premio Casa de las Américas.

Un cuento en particular se abrió camino en cuanta antología apareció y seguirá apareciendo en Nicaragua. Se acerca la hora de leerlo con nuevos ojos porque las circunstancias en poco han cambiado. El zoológico de papá muestra el ejercicio arbitrario del poder en el momento en que el hijo adolescente del dictador, investido por la autoridad que le confiere su rango de coronel, exige a un guardia azuzar al puma para que ésta devore al reo político encerrado en la misma jaula. Aunque suele darse lo contrario, la realidad nicaragüense había superado con creces a la ficción, pues el cuento imagina y recrea los tormentos de quienes eran colocados en las jaulas de la familia Somoza por oponerse al régimen. 

V

La historia no se puede explicar sin el cambio incesante. Para 1977 la dictadura parecía no tener fin. Tres Somozas habían gobernado, pero el espíritu de la revolución sandinista, de cara a la ofensiva final, incitaba a una lucha sin precedentes. En ¿Te dio miedo la sangre? Sergio Ramírez (1942) grabó el ansia y el heroísmo revolucionarios de aquella época. En su caso, la literatura no fue sólo el espejo en donde destellaba un conflicto social –digamos los atropellos de la dictadura– sino el imperativo por darle cuerpo, materializarlo, conquistar con él el mundo de la ficción. Así, a través de las vicisitudes de sus protagonistas, disidentes civiles y militares, el rastro de la revolución quedó grabado en la que bien podría considerarse una obra más dentro del género narrativo de la novela del dictador.

VI

Es casi un precepto que los procesos históricos que irrumpen con violencia penetren inevitablemente en la literatura. No ha existido en Nicaragua un acontecimiento tan contundente como la revolución sandinista (1979). No menos aplastante fue el cambio que sufrió la literatura. La figura del dictador, ese ser cuya pasión arrasadora por el poder lo separa de su naturaleza humana para acercarlo más al animal por la violencia que genera, y cuya imagen fue plasmada en las letras nicaragüenses con desenfado, asombro, perplejidad y terror, había sido desterrada. Su sombra, claro está, se aferró a la tinta y el papel, pero siempre bajo la sensibilidad histórica que aún invoca los sentimientos de aquella época. 

Pero como la vida es un cúmulo de contradicciones, fueron las mujeres, ya en los años ochenta, quienes colocaron su poesía en íntima relación con los trascendentales momentos que se vivían en Nicaragua. Existía un antecedente inmediato: los primeros brotes de un liderazgo poético que germinó en los años setenta pero que acertó en importancia y fulgor en la década correspondiente a la revolución sandinista. Porque ha sido Nicaragua un país dominado por hombres y en el que, a diferencia de otros países –digamos Chile con Gabriela Mistral (1889 – 1957) y, si nos remontamos a una época más distante, con Sor Juana Inés de la Cruz (1648 – 1695) en México, por citar los casos más notables– ninguna mujer había grabado su nombre en el cosmos literario nicaragüense.

Insertadas y depuradas las inquietudes de la época en el harnero femenino, se entonaron poemas que encauzaron la mirada hacia la incandescente humareda de la revolución. Así, Daisy Zamora (1950) nos dice en su poemario En limpio se escribe la vida (1988) que la soberanía de un pueblo/ no se discute,/ se defiende con las manos. Dos años antes Gioconda Belli (1948), en su libro De la costilla de Eva (1986), alimentó todavía más la idea al considerar que la revolución, ese circuito de ardientes voluntades, fue la pradera donde se gestó y nació la nueva y verdadera mujer nicaragüense. Para ella la revolución fue una especie de demiurgo, el ser creador ya encontrado en Platón y posteriormente en la tradición gnóstica, que conceptualiza y construye la vida en medio del caos.

Sin embargo, la mejor conquista de las escritoras logradas en los ochentas no es el tema político sino la intimidad. Ellas encontraron una voz propia para explicar y sentir tal sensación. Esta voz, de irrefrenable poder, las convirtió en dueñas de sus cuerpos y por lo tanto, de sus destinos. El gran logro literario de la revolución sandinista viene de las escritoras, quienes transportaron el eterno femenino nicaragüense a condiciones democráticas, al tú a tú político, social y sexual.

VII

Con las esperanzas y los logros de las revoluciones también llegan los desencantos. La nuestra fue una revolución que le cedió el paso a una cruenta guerra, la más sangrienta que nuestra contemporaneidad nicaragüense ha registrado. Según como se juzgue, lo cierto es que el conflicto civil entre contras y sandinistas fue el caldo donde se cocinó una cota de violencia que al parecer ha quedado enquistada para siempre en nuestra sociedad. La guerra no terminó en la tumba de los casi cuarenta mil muertos que ella reclamó para sí, sino que sobrepasó sus propias fronteras geográficas y temporales para insertar su violencia en la vida diaria.

Así lo contempló Franz Galich (1951 – 2007) y para ello nos dejó una verdadera joya: Managua Salsa City: ¡Devórame otra vez! (2001). La novela está ambientada en la Nicaragua de los años noventa, cuando, bajo el gobierno de Violeta Chamorro, se creyó que la guerra era cosa del pasado. Pero una vez engendrada la agresión no hubo marcha atrás. El comportamiento agresivo permisible en la zona de combate se redirigía hacia una sociedad confundida y deslumbrada por la vorágine de un desarrollo que apenas conocía o comprendía y por las heridas abiertas que intentaba sanar. Quizás porque no existían resonancias líricas en la violencia, el autor le imprimió a su novela un lenguaje sórdido tras el cual nos asomamos a las recónditas intenciones de sus protagonistas, Pancho Rana y la Guajira.

Él, un ladrón y ex-militar sandinista entrenado por las fuerzas especiales, pretende saquear la casa en la que trabaja como centinela, no sin antes vivir una noche de juerga en los bares de Managua. Ella, jefa de una banda de delincuentes entre los que se cuentan antiguos miembros de la contra, intenta seducirlo y asaltarlo. A falta del conducto canalizador que en su tiempo significó la guerra, la novela ofrece una dantesca escena donde el protagonista y la banda de delincuentes, liderada por la Guajira, se destruyen unos a otros utilizando para ello las mismas armas que habían servido para defender los ideales de la revolución.

VIII

Y así llegamos a este siglo en el que convergen historias de triunfos, hurtos y derrotas. El no ya tan nuevo siglo XXI bien podría situarse entre un título de Jean-Paul Sartre (1905 – 1980) y otro de Rimbaud (1854 – 1891): La náusea y Una temporada en el infierno. No hay nada grandioso en la mediocridad. En la selva sagrada las figuras más detestables inspiraban hermosas composiciones líricas. A pesar de su fealdad los sátiros, encarnación de las fuerzas incontrolables de la naturaleza y cuyo carácter caprichoso solía tornarse violento, por siglos arrancaron versos que pasaron a la inmortalidad. Pero nuestra selva, es decir Nicaragua, ya no está habitada por sátiros ni minotauros: la habita el légamo engendrado por quienes han destruido la lira de Orfeo. Perdido el Parnaso, lo suplantamos por los nueve círculos que componen el Infierno de la Divina Comedia.

Ese parece ser el aire que respira la que Gioconda Belli llamó acertadamente la “generación del desasosiego”. «Por el contrario –nos dice– el impulso de esta generación es el de salirse del entorno podrido donde su cabeza juvenil no encuentra ni reposo, ni propósito, ni guía, y emprender el viaje interior, ya sea hacia la desilusión o hacia la aparente fatalidad de la condición humana». Estos jóvenes, asegura, «emergen desde la realidad postmoderna, post-heroica, de una Nicaragua asolada por la mediocridad y retornada a una situación histórica quasi colonial, donde ni siquiera los villanos poseen el digno perfil de los arquetipos».

Tres siglos antes, un erudito neoclásico del XVIII, Gregorio Mayans (1699 – 1781), apuntó que «en la poesía lo que no es excelente, es despreciable». Nada despreciable existe en estas nuevas voces que, como los alquimistas, separan el metal precioso de las impurezas que suelen opacarlo. Así, una de las singularidades más notorias en estos jóvenes escritores, hijos de la guerra, es la de deslindar la poesía del fango social que la acecha, pues éste no inspira, no anima y no construye.

IX

La felicidad y el placer son mudos, en cambio el dolor y el sufrimiento hablan a truenos. Por eso, en vez de otorgarle a la literatura el compromiso social que alguna vez los intelectuales buscaron, esta vez los escritores jóvenes han optado por una búsqueda interior hacia las cavernas más obscuras del alma, ahí donde la soledad, el dolor y la muerte –sentidos como hechos existenciales– quedan subrayados. Como metáfora de la barbarie que nos cerca, alguien que ya no está con nosotros nos dejó una visión real y aterradora: en esos días ni la poesía será capaz/de herirle la mano al viento.

Fue en el centro de nuestra tierra baldía que Francisco Ruiz Udiel (1977 – 2010) elevó su canto y al igual que T.S. Eliot nos mostró el miedo en un puñado de polvo. Pero también fue él quien nos hizo ver con su magnífico talento que aún en las circunstancias más desoladoras le toca a la poesía construir el porvenir. De esta manera nos increpa y acaba por decirnos en uno de los poemas de su libro Memorias del agua (2011) que, aunque nos encontremos en el otoño de nuestra desesperación, no todo está perdido. Y así nos habla:

En una ciudad en cuyo centro

carece de luz un faro,

a la poesía le corresponde

imaginar el mar.

X

No obstante la poesía –y por tanto la literatura– debe proseguir su camino aun cuando la existencia misma se derrumbe en los altares de nuestro desconsuelo. Segismundo Freud (1856 – 1939) nos da una explicación que todavía en el siglo XXI no es nada despreciable. El hombre, nos dice, es un ser destinado a la infelicidad, entre otras razones por su espinosa relación con la sociedad y/o la cultura, las cuales no son más que herramientas creadas por él mismo para protegerse del sufrimiento y la extinción.

Gobernado por impulsos primitivos como la violencia y el odio, al ser humano no le quedó otra salida más que llevar a cabo pactos sociales o agrupaciones pacíficas. Según Freud, la sociedad es la única apuesta del hombre por la felicidad, el orden, la belleza, la higiene y el ejercicio de sus funciones intelectuales. 

Pero también es el origen de la neurosis. La sociedad, con superestructuras tales como el Estado, exige del hombre una difícil pero necesaria adaptación. Por lo tanto el ser humano debe renunciar a intereses individuales para poder vivir en comunidad. Así, el Estado, que no es sino la materialización del deseo del hombre de vivir pacíficamente en sociedad, ha sido el mayor triunfo de la razón. Por eso en el momento en que la razón abandona las estructuras sociales reina el caos e impera la violencia. 

El Estado moderno nicaragüense parece no ser producto de la racionalidad sino de la barbarie. Se puede argumentar que en Nicaragua nunca ha existido un Estado racional, pero las circunstancias parecen mostrar que en el siglo XXI la barbarie va en incremento.

A diferencia de décadas anteriores, al hombre contemporáneo nicaragüense y por ende al escritor, no lo sostiene un ideal para el que en el pasado ofreció todas sus armas, incluso la literatura. El joven escritor nicaragüense no está respaldado por este deseo, pues el Estado que hoy lo circunda, insostenible puesto que ha matado toda esperanza, también ha agotado todas sus fuerzas.

Tal parece ser el desconsuelo que proyecta la nueva literatura en Nicaragua. Por primera vez el escritor nicaragüense entiende que no es parte de un destino colectivo. Incapaz de alcanzar un clima adecuado en el cual hilar sus inquietudes, el escritor ha sentido la necesidad de eximir a la literatura del pacto que en su tiempo entabló con las energías sociales. No existe un cuento, un poema o una novela que encare abiertamente la debacle social que nos asfixia.

Como en el pasado, una sola figura ha vuelto a encarnar el Estado nicaragüense, turbando así la verdadera función de este mecanismo: la de congregar los diferentes intereses sectoriales, mediatizarlos, transformarlos en intereses generales y convertirlos en leyes que beneficien a la nación. Está por verse si esa figura que ahora detenta el poder es lo suficientemente provocativa, alucinante y aterradora como para inspirar una nueva novela del dictador aunque a la inversa: la de un dictador de izquierda. Está también por verse si el Estado nicaragüense podrá nacer de nuevo de sus propias cenizas.

Desde luego, la literatura no tiene el deber de abanderar ningún proceso político, aunque en Nicaragua durante todo el siglo XX corrió tras la ilusión de ayudar a construir una sociedad armónica. Pero el recién estrenado comportamiento sólo demuestra que en nuestra nueva historia de infamias y vilezas, todo se desvanece, todo se corrompe, todo se destruye. 

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Roberto Carlos Pérez (Nicaragua, 1976). Autor del libro cuentos Alrededor de la medianoche y otros relatos de vértigo en la historia (2012). Ha publicado cuentos y ensayos críticos para revistas nacionales e internacionales como eHumanista, revista especializada en temas cervantinos y medievales, Carátula, revista cultural centroamericana, El Hilo Azul, revista literaria del Centro Nicaragüense de Escritores,Lengua, revista de la Academia Nicaragüense de la Lengua, La Zebra, revista de letras y artes, y El Sol News, periódico de noticias de Nueva York, entre otros. En 2006 publicó su primer relato «El aperreamiento» en La Prensa Literaria. Ha sido incluido en las antologías Flores de la trinchera. Muestra de la nueva narrativa nicaragüense  (2012) yUn espejo roto (2014). Su cuento «Francisco el Guerrillero» fue traducido al alemán y apareció en la antología Zwischen Süd und Nord: Neue Erzähler aus Mittelamerika(2014). Estudió en la escuela de bellas artes Duke Ellington School of Arts y se licenció en música clásica por Howard University. Investigador de la obra de Rubén Darío (ha participado en festivales y homenajes dedicados a preservar la memoria del poeta nicaragüense), es máster en literatura Medieval y de los Siglos de Oro por la Universidad de Maryland.

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