DISENCIONES: LA MILITANCIA INTELECTUAL POLÍTICA.

EGO23 septiembre, 2016

«No me importa lo que piensas, pero defenderé a muerte tu derecho a decirlo».

Voltaire.

Por Albany Flores


Durante todo el siglo XX —aun hoy día—, la militancia intelectual política ejercida decididamente por muchos de los más importantes artistas y pensadores desde el periodo romanticista, hizo creer erróneamente que todo pensamiento crítico hacia los errores de la izquierda carecían de sentido, además, claro, de estar traidoramente ligado al poder. La izquierda radical (como la derecha) no fue capaz de otorgar ella misma lo que reclamó a los demás: derecho a la libertad de expresión, de pensamiento y de ideas.

No significa esto que la derecha haya sido benevolente o pasiva, pues en todo el siglo, la derecha extremista —con la excepción del stalinismo— sembró los horrores más nocivos y perversos en la mentalidad del mundo occidental, e impuso en ambos continentes (Europa y América) guerras sin precedentes y dictaduras inhumanas. La derecha monopolizó la información, la economía y los gobiernos; pero también reclutó astutamente a la inteligencia y la intelectualidad, al igual que la izquierda.

En Honduras, la militancia intelectual política realizada por notables escritores, artistas e intelectuales vinculados a la “derecha” en la primera mitad del siglo, validó a los regímenes nacionalistas. La candidatura de Tiburcio Carías Andino y su posterior dictadura fueron tuteladas intelectualmente por figuras como Alberto Membreño, Paulino Valladares, Eliseo Pérez Cadalso, Carlos Izaguirre, Marcos Carías Reyes, Jerónimo J. Reina, etc.

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El escritor Carlos Izaguirre, a la derecha del General Carías.

Lo mismo sucedió, por ejemplo, en la particular dictadura mexicana (denominada Dictadura perfecta por Mario Vargas Llosa), donde el Partido Revolucionario Institucional —fundado en 1929 como Partido Nacional Revolucionario (PNR) por Plutarco Elías Calles, reformado en Partido de la Revolución Mexicana (PRM)  por Lázaro Cárdenas en 1939, y cambiado a Partido Revolucionario Institucional (PRI) por Miguel Alemán en 1946— logró su validación a través de algunos de los más notables intelectuales mexicanos de la época. A esto se debió que el pensamiento crítico de la oposición fuera prácticamente aniquilado.

Fuera de todo, existió en el siglo XX, como ahora, una tercera opción: el librepensamiento que no se presentó al servicio de ninguna ideología política ni doctrina partidaria, y al que pertenecieron muchos de los más lúcidos teóricos, escritores y artistas a partir de la post-guerra. Entre los mismos estuvieron los nombres de Isahia Berlin, Raymond Aaron, Cornelius Castoriadis, Octavio Paz, o, por supuesto, André Gide; quienes fueron deliberadamente obviados de los círculos “intelectuales” y los espacios de la “intelectualidad”, por sus ideas contrapuestas a todo tipo de manipulación política, ya viniera ésta desde la derecha o desde la izquierda.

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André Gide, el profundo pensador francés fue un culto crítico de las prácticas de la izquierda francesa y el régimen soviético.

En el caso latinoamericano, el ejemplo clásico de librepensamiento lo encarnó el poeta y ensayista mejicano Octavio Paz, quien luego del deslumbramiento provocado por el movimiento vasconcelista y una efímera experiencia socialista, declinó por el abandono radical de los idealismos exacerbados, y profirió desde entonces la libertad de las ideas y la libre expresión. Esto le ganó un sin número de antipatías, pues, como hemos referido, en una época repleta de clichés,  criticar a la derecha como la izquierda, era prácticamente un suicidio intelectual. Un intelectual «debía estar comprometido con las causas del pueblo», y para ello debía ser enemigo jurado de la derecha y fiero defensor de las acciones de la izquierda.

A pesar de las múltiples acusaciones por parte de los movimientos idealistas “revolucionarios” y literarios contrarios a la idea de librepensamiento —se era de derechas o de izquierdas, y no podían haber “medias tintas”—, como el movimiento infrarealista encabezado por Santiago Papasquiaro y Roberto Bolaño, o las sesudas críticas de Carlos Monsiváis, Paz demostró su enorme capacidad de tolerancia (que no recibía de sus detractores quienes lo acusaban de haber traicionado a las ideas de la Revolución) y su amplio criterio intelectual fundando importantes revistas como «Plural», una fascinante combinación entre literatura y política, donde participaban las plumas más geniales e ideológicamente diversas del mundo occidental.

En un afán por silenciarlo y mantenerlo lejos, debido a la audaz y persistente crítrica a los regímenes priístas, el Presidente Gustavo Díaz Ordaz lo envió —en una especie de exilio diplomático— como Embajador de México en la India. Una vez allí, al contrario de callar, Paz escribió los libros Vislumbres de la Indias, y el El mono gramático, a la sazón una de sus obras literarias mejor logradas. De hecho, cuando fue invitado a participar en el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, él, junto a Carlos Pellicer, eran los únicos dos invitados que no formaban parte de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios.

Octavio Paz fue un hombre de ideas independientes que no se sometían ante ninguna forma política, pues comprendió que la tarea principal de un pensador no está en la militancia política dogmática, sino en hacer contrapeso al poder a través de las ideas y el razonamiento; hacer contrapeso al poder, sin importar de qué lado esté, para que éste no se vuelva absoluto.

El Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz.
El Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz.

Esa idea que todo intelectual y artista que no comulgue con la izquierda es un intelectual traidor, permanece tan vigente como en el pasado, es decir, que todo el que critique a la derecha desde el pensamiento es un hombre del pueblo —lo que por ejemplo convirtió a los escritores en voceros de los políticos y degeneró a la poesía hasta el punto del panfleto, con el perdón del panfleto— pero que todo el que critique a la izquierda es un intelectual orgánico, un tecnócrata, un intelectual de la derecha y un traidor.

Paradójicamente, quienes pregonan su derecho a libertad de ideas pero al mismo tiempo no consiguen tolerar los criterios distintos de los suyos, caen en una grave contradicción, y dejan de lado el supuesto libertario de que sólo en la divergencia de ideas y en el contrapeso de las opiniones  se forja el pensamiento de una sociedad, porque, como diría Vasconcelos, «la grandeza de una nación se forja en su pensamiento».

En Honduras, la libertad de pensamiento, la tolerancia y la pluralidad de ideas no existen, y los «pensadores» y militantes de derecha e izquierda exigen libertad de opinión para ellos, libertad de pensamiento para ellos, no para los demás. En un territorio «ancora» provinciano, hacer cualquier crítica a la derecha lo convierte a uno en «izquierdista», y viceversa.

Pero la libertad de pensamiento no está en el respeto a la paridad de ideas sino en la divergencia, en el contrapeso, en la discusión con criterio y el respeto por el pensamiento del otro. En un mundo que exige «libertad de ideas» y «libertad de expresión», la militancia intelectual política que validó o demeritó a los pensadores más lúcidos del siglo XX por sus posturas, no es más que una forma de control intelectual vencida.

Por todo ello, mi derecho a disentir es inalienable.

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