¿Debemos considerar a las maras y pandillas, grupos armados insurgentes?

ALG11 septiembre, 2017

Del estudio Análisis de las pandillas desde la perspectiva de los grupos armados.

de Jennifer M. Hazen

¿Qué es un grupo armado? No hay una definición habitual y universalmente aceptada de este término. A primera vista, parecería obvio: en su nivel más básico, un grupo armado es un grupo organizado con una estructura clara, con integrantes y con la capacidad de usar la violencia para alcanzar sus objetivos. Sin embargo, esta definición de carácter amplio no es de gran utilidad si se pretende distinguir entre diferentes grupos armados. Por ejemplo, podría incluir a las fuerzas de seguridad del Estado, como la policía y el ejército, así como a las fuerzas de seguridad patrocinadas por el Estado, como los paramilitares y las milicias. A fin de evitar la inclusión de fuerzas controladas por el Estado, las cuales se perciben en general como grupos que pueden portar y usar armas en forma legítima, muchas definiciones se concentran en los grupos que existen fuera del control del Estado. La categoría de “grupo armado no estatal” engloba a numerosos grupos que exhiben una amplia variedad de características y que difieren enormemente en cuanto a su composición, actividad y papel en la sociedad, como las pandillas, las milicias, los grupos rebeldes, los insurgentes, los terroristas y las organizaciones criminales.

Estas etiquetas ofrecen algo de información acerca de la naturaleza del grupo, pero también pueden dar lugar a equívocos. Las etiquetas positivas, que indican que el grupo goza de cierta legitimidad para tomar las armas, se aplican a los revolucionarios, los movimientos de liberación, los combatientes por la libertad, las milicias, las organizaciones de voluntarios de las comunidades y las fuerzas de defensa de las comunidades. Las etiquetas negativas, que aluden a la ilegitimidad e ilegalidad del grupo, se refieren a terroristas, rebeldes, insurgentes, criminales, bandas y señores de la guerra. A veces, estas etiquetas se utilizan de forma intercambiable, y su aplicación a menudo nos dice más sobre quien las aplica que sobre el grupo en sí. Por esta razón, a veces es más útil detallar las características del grupo armado que aplicarle una denominación particular.

En lugar de centrarse en clasificar a los grupos en determinadas categorías, los investigadores han sugerido varias maneras de compararlos en base a sus características. Un analista clasifica a los grupos en función de nueve dimensiones: la motivación, la finalidad, la fuerza, el ámbito de acción, la financiación, la estructura organizativa, el papel de la violencia, la relación con el Estado y la función que desempeñan en la sociedad. Otro sugiere el uso del “mínimo denominador común”, que se refiere al modo en que los grupos se movilizan y se basa en tres elementos clave: sus miembros (por ejemplo, el reclutamiento), su logística (por ejemplo, armas y alimentos) y su dirección (por ejemplo, comando, control y comunicación). Otra forma de analizar los grupos armados es considerar su ubicación a lo largo de un espectro que capta la relación del grupo con el Gobierno, su nivel de organización y su capacidad de llevar a cabo actos de violencia en gran escala. Mediante el uso de un espectro se subrayan y se tratan de solucionar las dificultades que se presentan a la hora de formular definiciones claras para las etiquetas que normalmente se aplican a los grupos (por ejemplo, milicias, rebeldes o señores de la guerra), los desafíos que entraña la clasificación de los diferentes tipos de grupos (por ejemplo, según su nivel de violencia o de organización), y el hecho de que ciertos grupos armados pueden, con el paso del tiempo, cambiar de posición en el espectro (por ejemplo, reduciendo o aumentando su nivel de violencia, cambiando su nivel de organización, o trocando en oposición su anterior apoyo al gobierno).

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Situar a las pandillas

Una cuestión importante es la forma en que las pandillas se relacionan con los grupos armados. Se tiende a pensar en los grupos armados no estatales como aquellos que actúan en oposición al gobierno: los grupos que libran guerras civiles —insurgentes, combatientes por la libertad, rebeldes— son los grupos armados no estatales estereotípicos. Sin embargo, hay muchos otros grupos que responden a esta descripción, aunque no todos desafían al Estado en forma directa. Algunos ejemplos son las maras, en El Salvador, y los skinheads en Alemania, la Federación de Rusia y Ucrania. Es evidente que las pandillas constituyen un tipo de grupo armado no estatal, pero sus diferencias con otros grupos armados no estatales no siempre se entienden bien. Esta diferenciación se complica a raíz de que la etiqueta “pandilla” tiene un uso muy difundido y se aplica a grupos muy diversos, como las pandillas juveniles, las pandillas de motociclistas, los cárteles de la droga, las pandillas carcelarias y el crimen organizado.

El presente artículo se centra en las pandillas juveniles . Como sucede con los grupos armados, no se cuenta con una definición única de pandilla. No obstante, se suelen utilizar varias definiciones. Klein describe a una pandilla juvenil de la siguiente manera:

Cualquier grupo denotable de adolescentes que (a) son percibidos, en general, por otros residentes en su barrio como una agrupación distinta; (b) se reconocen a sí mismos como grupo denotable (en la amplia mayoría de los casos, el grupo tiene un nombre), y (c) han participado en un número de incidentes delictivos suficiente como para suscitar una respuesta negativa sistemática por parte de los residentes del barrio y/o de las fuerzas del orden.

Trasher describe a las pandillas como “grupos intersticiales, inicialmente formados en forma espontánea y posteriormente integrados a través de situaciones conflictivas”. Hagerdorn define a las pandillas como “grupos marginados que se han socializado en las calles o las cárceles”. Las definiciones de pandilla han sido objeto de cuestionamientos por varias razones, en particular por la inclusión del crimen o de la violencia. No obstante, la inclusión de las actividades criminales y violentas es útil para distinguir entre las pandillas y otros tipos de grupos juveniles.

Aunque hay que ser cauteloso con las generalizaciones, cabe señalar que las pandillas comparten varias características. Constituyen un fenómeno predominantemente urbano que aparece principalmente en las grandes ciudades, aunque actualmente también se las encuentra en las ciudades más pequeñas y en zonas no urbanas. Tienden a ser grupos marginados de la sociedad en general. Si bien las pandillas habitualmente están formadas por miembros de una sola etnia, no es la característica de la etnicidad lo que define a una pandilla. Los integrantes de las pandillas tienden a ser jóvenes; su rango etario se sitúa entre los 12 y los 30 años. Durante mucho tiempo, se ha presumido que en las pandillas predomina el sexo masculino; aunque esto sigue siendo así, la realidad indica que la participación de las mujeres en las pandillas es cada vez mayor. La mayoría de las pandillas tienen una organización desestructurada y son moderadamente cohesivas, y las que son más cohesivas tienden a una conducta más delictiva. Las pandillas raras veces se especializan en sus infracciones; cometen diferentes actos delictivos, y el crimen violento es su actividad menos habitual. Una pandilla puede durar desde unos pocos meses hasta decenas de años. Los objetivos de las pandillas varían, pero una de las características clave que distinguen a las pandillas de otros grupos armados no estatales es que no pretenden tomar el control del Estado.

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Pandillas institucionalizadas

Las primeras investigaciones relacionadas con las pandillas indicaban que éstas sencillamente agotaban su ciclo y se disolvían a medida que sus miembros envejecían; se consideraba que las pandillas tenían carácter temporal y que formaban parte de la evolución normal de los jóvenes. Por consiguiente, aunque pudiesen representar una molestia de corta duración para las comunidades, no eran vistas como una amenaza de largo plazo para la ley y el orden. Sin embargo, la identificación de “pandillas institucionalizadas” en la década de 1980 puso en tela de juicio estas opiniones y alentó el debate acerca de los modelos de pandillas que se desarrollaban o evolucionaban, planteando la preocupación de que las pandillas juveniles o callejeras podían, con el tiempo, transformarse en organizaciones criminales. Aunque las pandillas institucionalizadas siguen siendo muy pocas, su duración en el tiempo, su participación en amplias actividades delictivas y su capacidad de cometer actos de violencia en gran escala hacen que las fuerzas policiales les presten gran atención y que su existencia sea motivo de preocupación para los gobiernos.

Las pandillas institucionalizadas se han denominado súper pandillas, sociedades criminales y pandillas corporativas, y han sido descritas como organizaciones altamente estructuradas y formales. En muchos casos, esto es una exageración. Las pandillas institucionalizadas no son forzosamente jerárquicas, con un jefe único o una cadena de mando de estilo militar. No son “sindicatos del crimen centralizados y eficientes dirigidos por un padrino” o, al menos, es muy raro que lo sean. Sí tienden a tener una estructura formal, pero ésta se parece a una red, más que a una cadena de mando unificada. La institucionalización abarca dos elementos: la longevidad y la normalidad. La longevidad se refiere a la capacidad del grupo de mantener la existencia de la pandilla a lo largo del tiempo; la normalidad se refiere al reconocimiento de la pandilla como parte normal de un barrio. El aspecto fundamental de la institucionalización es la capacidad de la pandilla de perpetuarse a través de la constante incorporación de miembros, el reemplazo de los miembros que se retiran al alcanzar la madurez y el desarrollo de un sentido de identidad. Así pues, la pandilla existe con independencia de uno o más líderes en particular, lo cual garantiza su existencia incluso si cambian sus miembros o dirigentes.

Tanto los investigadores como los funcionarios encargados del orden público tienden a concentrarse en las pandillas más grandes, más violentas y más institucionalizadas. Puede afirmarse que estas pandillas son las que plantean los mayores problemas en materia de seguridad, y este factor justifica la atención que se les presta. Sin embargo, este enfoque también tiende a equiparar a las pandillas con los criminales o con el crimen organizado, lo cual, en muchos países, conduce a una modalidad de la justicia penal en cuyo marco se encarcela a los miembros de las pandillas y se aplican tácticas policiales sumamente rigurosas. En la mayoría de los lugares donde se aplican, esas tácticas de estilo militar (por ejemplo, la “mano dura” en El Salvador) no han tenido resultados satisfactorios. Aunque en un primer momento pueden reducir la violencia de las pandillas, no parecen tener efectos sostenibles en la reducción de su presencia. Por el contrario, el uso de tácticas duras puede aumentar el nivel de violencia y fortalecer la cohesión de las pandillas. El uso de fuerzas militares para combatir a las bandas de narcotraficantes en México, por ejemplo, ha provocado mayores niveles de violencia.

Algunos investigadores han sugerido que las pandillas se deben analizar y tratar como una forma de grupo insurgente, argumentando que las ciudades “se enfrentan con otra clase de guerra” y que las pandillas se proponen “neutralizar, controlar o deponer a los gobiernos”. Las pruebas que fundamentan esta afirmación son extremadamente débiles. Las pandillas comparten muy pocas características con los grupos insurgentes. Lo que es más importantes, las pandillas no comparten el objetivo primordial de los insurgentes: apoderarse del Estado. No son una “nueva insurgencia urbana” que “en algún momento, tomará el poder político para garantizar la libertad de acción y el entorno comercial que desean”. No han declarado la guerra a ningún gobierno o Estado, ni han intentado derrocar a gobierno alguno. De hecho, en muchos lugares, las pandillas parecen más interesadas en permanecer dentro del radar de la ley y el orden, o en colaborar con los actores estatales (incluidos los encargados de mantener la ley y el orden), para evitar ser hostigadas y poder proseguir sus actividades económicas.

Conozca aquí el estudio completo Análisis de las pandillas desde la perspectiva de los grupos armados

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