CÓMO CAYÓ ÁLVAREZ MARTÍNEZ

ALG18 julio, 2016

La trama que derrocó al general Álvarez, tejida por oficiales reformistas

Tegucigalpa

ENVIADO ESPECIAL, El general Walter López, que ayer juró ante el Congreso su cargo como nuevo comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, y el coronel Roberto Martínez, principales beneficiarios de la crisis militar hondureña, fueron conspiradores de última hora. Los primeros conjurados, que durante tres meses tejieron una trama sigilosa para derrocar al general Gustavo Álvarez eran otros: un núcleo reducido de tenientes coroneles y mayores, pertenecientes todos a la sexta y séptima promoción de la Escuela de la Guerra. Se habla, con razón, de un movimiento de oficiales jóvenes porque ninguno ha cumplido los 40 años.

Al margen de su coincidencia generacional, dos rasgos identifican a los conspiradores: su apoyo decidido al programa reformista que hace una década intentó el Gobierno militar de Osvaldo López Arellano y su propósito de profesionalizar las fuerzas armadas, poniendo fin a la corrupción y a la guerra sucia.El líder de este grupo es el teniente coronel Mario Amaya, al que un profesor de la universidad califica como «intelectualmente brillante y audaz en lo militar». Depurado en 1975 y trasladado a Caracas como asistente del agregado militar, fue ascendido a su actual rango el 21 de diciembre y nombrado jefe de un batallón de cobras (especialistas en lucha antiguerrillera).

Varios compañeros de Amaya fueron situados también en diciembre al frente de otros tantos batallones. El mando de tropas les permitió poner en marcha su proyecto político-militar, que pasaba por la destitución de Álvarez. La conspiración, planeada primero para Semana Santa, se ejecutó con tanto rigor que pasó inadvertida a los cientos de ojos y de oídos que maneja la CIA en este país.

Durante la semana que va del 18 al 25 de marzo tuvo lugar una tormentosa reunión del Consejo Superior de las Fuerzas Armadas, organismo integrado por unos 40 oficiales. Uno de sus miembros inquirió al comandante en jefe sobre la desaparición de un millón de dólares destinados a compras de equipo militar.

La reacción del general Álvarez fue terrible. Aceptó primero que se nombrase una comisión investigadora, pero arremetió luego contra sus subordinados, amenazando con destituirlos.

Consenso en su contra

Álvarez creó así un consenso en su contra. Rompió la alianza con la vieja guardia de los coroneles, sin saber que las promociones siguientes ya conspiraban contra él. Eso aceleró la conjura, con la icorporación de algunos de sus ex aliados, como Walter López y Roberto Martínez.El general López exigió informar del golpe a los norteamericanos. Se le encargó la gestión a él, que se entrevistó con el embajador John Dimitri Negroponte, una semana antes de desatarse la crisis. Washington recibió la información y dejó hacer. La paranoia belicista de Alvarez incomodaba ya al presidente Reagan en vías de reelección. El pasado martes, el jefe del Comando Sur norteamericano con base en Panamá, Paul Gorman, se entrevistó con el presidente hondureño, Suazo Córdova, y le manifestó que el golpe era un asunto interno de Honduras y que ello no debía provocar cambios en las relaciones con Washington.

Dos días antes del golpe llegó a la capital hondureña Harry Shlaudeman, nuevo embajador especial para Centroamérica. Es impensable que no fuera informado del tema. En su comitiva venía también Raymond Burhardt, que hasta hace unos meses fue agregado político de la Embajada norteamericana en Honduras y que trabaja actualmente en el Consejo Nacional de Seguridad. A diferencia de Shlaudeman, que ese mismo día siguió viaje a Costa Rica, Raymond Burhardt permaneció en la capital hondureña. A primera hora del sábado era uno de los pocos diplomáticos que estaban al tanto de la purga militar.

El general Álvarez decidió trasladarse el viernes, día 30, a San Pedro Sula, capital económica del país, para presidir una reunión de la Asociación para el Progreso de Honduras (APROH), un conglomerado de empresarios derechistas que utilizaba como trampolín político. Los golpistas no dejarían pasar tal oportunidad.

Gustavo Alvarez presidió esa noche en la Cámara de Comercio una asamblea de la APROH en la que se recaudaron 127.000 lempiras (más de nueve millones de pesetas), en su mayoría mediante cheques bancarios.

Según versiones confiables, Álvarez insistió esa noche en la imposibilidad de coexistir con los sandinistas y en la inminencia de la guerra. Hay quien afirma que ese mismo día expuso esa tesis por teléfono al embajador Negroponte, quien le negó el apoyo de Washington.

Después de la reunión, Álvarez fue a cenar a casa de su amigo Vitanza. Aunque desde su época de comandante local posee una casa espléndida en la colonia Río de Piedras, en San Pedro Sula, valorada en medio millón de lempiras (37 millones de pesetas), el general no durmió en ella esa noche.

Sábado, día ‘D’

A las 7 de la mañana del sábado, día D, acudió a la base aérea de Armando Escalón, donde le esperaba su avión especial. Había citado a desayunar al rector de la Universidad Nacional de Honduras, Osvaldo Ramos Soto, miembro destacado de APROH, que le acompañaría en el vuelo de regreso a la capital.El comandante en jefe desconocía que su cuartel general de Tegucigalpa había sido ocupado esa madrugada por cien cobras al mando del teniente coronel Mario Amaya. Sus tropas, que tienen la consigna de «no hablar, no reír, no saludar», llevaban en sus manos planos detallados del cuartel, que tiene un alto valor estratégico como centro de comunicaciones militares de todo el país. Otros 3.000 soldados rodeaban la capital.

Álvarez se encontró en la base aérea con el coronel Roberto Martínez y el jefe de esa instalación, mayor Israel Navarro. Algunas fuentes y el propio general defenestrado aseguran que Walter López se encontraba también en ese lugar. El coronel Martínez lo saludó diciendo: «Mi general, le espera una llamada del presidente». Era una estratagema para separarlo de su escolta. El mayor Navarro, integrado en el primer círculo de conspiradores, lo acompañó a la oficina. Una vez allí le dijo que estaba arrestado y le invitó a desprenderse del arma y a redactar su renuncia. El general reaccionó airadamente, en su papel de comandante en jefe. Su subordinado le advirtió que tenía órdenes muy severas contra él si oponía resistencia. Al preguntar el porqué de su destitución, le respondió que por la corrupción, por los desaparecidos y por la creación de cuerpos paramilitares.

Llantos del amigo

Sabiéndose perdido, Álvarez se desarmó de su pistola, al tiempo que le decía: «Se la regalo». No se ha aclarado suficientemente en qué momento redactó su renuncia, dirigida al presidente, pero con toda probabilidad fue en esta oficina, ya que acto seguido le pusieron las esposas y no se las quitaron hasta que salió en dirección a San José de Costa Rica. El propio Álvarez ordenó a su escolta que no opusiera resistencia. Por todo equipaje llevaba un maletín de mano con las 127.000 lempiras recaudadas la noche anterior en la reunión de la APROH. La mayoría de los firmantes acudió a sus bancos a primera hora del lunes para anular los cheques.Cuando acababan de desarrollarse estos acontecimientos llegó a la base su invitado, Oswaldo Ramos. «Vengo a desayunar con el general Álvarez», dijo. «¿Cómo es que usted anda proponiendo un golpe?», le contestó el oficial. El rector, turbado,. insistió en ver a su anfitrión. «Está detenido en ese avión y sale exiliado a Costa Rica. Hombres como usted deberían ir con él», le respondieron. El rector escapó a toda prisa.

El vuelo de San Pedro Sula a Tegucigalpa dura 20 minutos escasos. El avión de Álvarez, pilotado por su amigo el coronel Carlos Aguirre, incorporado de última hora a la conspiración y que, según algunos, lloró al ver esposado a su jefe, aterrizó hacia las 8 de la mañana en la base aérea de Hernán Acosta Mejía, cuartel general de la fuerza aérea. Desde allí empezaron a ser citados por orden jerárquico los generales de la cúpula militar. En primer término el jefe del Estado Mayor conjunto, general Abdenego.

El jefe de las fuerzas de seguridad, general Daniel Balí Castillo, que unos días antes había pedido visados para trasladar a su familia a Estados Unidos, dijo que no pensaba acudir a la cita. Al otro lado del teléfono le contestaron que si no se presentaba bombardearían el cuartel de la policía y que si lo cogían vivo sería fusilado. Parece que antes de rendirse llamó a Hueso para que resistiera. Éste le contestó que no tenía con qué.

El último en ser citado fue el jefe de la fuerza naval, Rubén Humberto Montoya, que ante el escrito de denuncia que le pusieron a la firma trató de rebelarse: «¿Por qué yo?». La respuesta fue fulminante: «Por ladrón». Al embajador Negroponte se le atribuye esta frase: «Montoya es el libro abierto de la corrupción en Honduras». Un barco construido con ayuda estadounidense se resquebrajó durante las pruebas de resistencia de tiro porque Montoya había rebajado las especificaciones del buque para embolsarse 300.000 dólares.

Con las cuatro renuncias firmadas ya en su poder, el general Walter López llamó por teléfono al presidente Roberto Suazo, invitándole a que acudiese al cuartel general de la aviación para una reunión urgente del Consejo Superior de las Fuerzas Armadas. Pidió que le acompañaran el ministro de la Presidencia, Carlos Flores, y el canciller Edgardo Paz Barnica.

Cuando llegó, el presidente se sorprendió al encontrar sólo al general López y a los coroneles Erik Sánchez y Said Speer, pieza clave en el golpe por haber tenido a su mando la unidad de blindados. El militar de más alto rango explicó la situación a Suazo y le entregó el escrito con la dimisión de Alvarez. El presidente argumentó que lo sucedido era anticonstitucional, a lo que respondieron que quien actuaba anticonstitucionaImente era Álvarez. «Lo que estamos haciendo nosotros es en defensa de la Constitución».

Ante la resistencia del primer magistrado -que ayer no asistió a la ceremonia de jura del nuevo jefe del Ejército- uno de los coroneles abandonó mornentáneamente la reunión para consultar con los compañeros que esperaban en otro departamento. La decisión no tardó en llegar: «Nosotros estamos dispuestos a respetar la Constitución, pero si no acepta este arreglo, ahí está todavía el avión. Puede usted acompañar a Álvarez a Costa Rica.

Los ministros Flores y Paz Barnica invocaron el pragmatismo político y el hecho consumado para encabezar lo que desde ese momento comenzó a llamarse reestructuración militar.

El ex comandante en jefe fue trasladado al avión West Wing, del presidente, donde ya sin esposas fue trasladado a San,José entre 10 y 11 de la mañana, una vez más por el piloto Carlos Aguirre. Poco antes del mediodía llegó a la capital costarricense -desde donde ayer se trasladó a Miami- con la barba crecida y aspecto de cansancio. Luego diría que le habían tratado como a un delincuente. En su casa de Tegucigalpa, más ostentosa aún que la de San Pedro Sula, le esperaban para un bautizo. Su esposa fue informada de que el general había sido secuestrado por un comando izquierdista. Unos minutos después todas las emisoras de Honduras, conectadas con el centro emisor del palacio presidencial, emitían un comunicado militar dando cuenta de la renuncia de Álvarez. Con intermitencia de 15 a 30 minutos fueron emitidos luego otros dos inensajes del alto mando.

Llegaron luego las explicaciones del ministro Flores al cuerpo diplomático y el discurso presidencial, retrasado hasta las 9.30 de la noche. El golpe militar era asumido oficialmente como una contribución al proceso democrático. Poco importaba que el canciller transmitiese aún un mensaje de amistad del presidente al general Álvarez en el aeropuerto de San José.

La purga no había terminado aún. El domingo renunció el general Marco Antonio Rosales, inspector general de las fuerzas armadas, y fueron arrestados varios coroneles del círculo más próximo a Álvarez. Los golpistas de última hora se reservaron los cargos máximos, con Walter López, único general superviviente, como comandante en jefe, Humberto Regalado como jefe del Estado Mayor conjunto y Roberto Martínez como director de las fuerzas de seguridad. A los golpistas originarios les interesaron más los puestos de mando en batallones operativos.

* Este articulo apareció en la edición impresa del Viernes, 6 de abril de 1984 del diario El País.

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