Chico Perico y su mujer, de Joaquín Pasos

ALG14 diciembre, 2018

Chico Perico mató a su mujer,

La hizo tasajo y la puso a vender,

Nadie la quiso, porque era mujer.

***

El eterno y casi siempre reprimido deseo de venganza del hombre contra la mujer, encuentra en la copla una conveniente válvula de seguridad. El deseo de represalias contra la esposa, la suegra, o el sexo femenino en general, escapa su presión peligrosa en el cantar anónimo, el cual ha dado personería teatral a la mujer. Después del noviazgo, durante el cual se encuentra ensalzada hasta las nubes, la mujer desciende bruscamente en el horizonte poético; el hombre la trae abajo, a la tierra, el teatro, para exhibir públicamente los defectos que ha encontrado.

Esta exhibición, que siempre es farsa en el teatro, viene a ser para el hombre una tragedia irreparable: la tragedia irreparable del carácter de su mujer. De novia la mostraba con un ramo de azahares en la mano; ahora, en vez del ramo, le pone en la diestra el formidable bolillo de amasar… Siempre he pensado que este teatro antiuxórico es de raíces profundamente católicas: revela una pena inevitable y de por vida, que no puede tomar en cuenta la solución del divorcio.

En esta pequeña copla de Chico Perico, el varón lleva su venganza al extremo, matando a su mujer. Ha saltado ya las barreras de lo posible, no cabe por eso en la verosimilitud del teatro, y busca un escenario sin extensión, sin humanidad y sin responsabilidad. La copla callejera se entrega entonces a la farsa de las marionetas. La tragedia se hace juego. El títere llega con naturalidad al crimen que ya se hacía necesario. Los hilos que lo manejan recuerdan la irresponsabilidad marital en virtud de la fatalidad del sacramento.

Veamos ahora quienes son los dos muñecos de la copla. El títere Chico Perico es un personaje cuyo verdadero nombre debe ser Francisco Pedro. Muy conocido en el barrio, la gente le llama cariñosamente Chico Perico. Es joven, sin duda, porque el Perico suena a mozalbete. Debe ser el nuevo maestro carpintero o zapatero del arrabal de los muñecos.

Chico Perico se casó. ¿Con quién se casó? Con su mujer. Con la “mujer de Chico Perico”. La sin nombre, la predestinada… Se casó, y la escena del casamiento (que es preciso buscar en otra copia) fue a todo lujo. (Se colgaron cortinas blancas a ambos lados del telón de boca, se preparó un altar de papel y se pusieron cerillas en los candelabros. Sonó una armónica en el fondo, y Chico Perico y su mujer salieron por primera vez al tablado con sus caras estáticas de payasos de madera. Un cura, con sotana negra, roquete blanco y cara roja esperaba a un lado). Después de la ceremonia, que consistió en un simple golpe de brazo del sacerdote de palo, los contrayentes se besaron con el seco y duro beso de dos bolillos de pochote.

Para nuestro pueblo nicaragüense —espectador y director de ese guiñol—  el casorio es eso: el cura echando una bendición. La consumación del matrimonio de los muñecos es un corto beso que suena como un golpe de castañuelas. No es posible someter a la madera pura del muñeco a las torturas de una noche de luna-de-miel-de-palo.

Después de la fiesta nupcial —llena de dulces, de papelillo de color, de flores mínimas y de perfume de a centavo—, la nueva escena representa el hogar de Chico Perico. Tablas o zapatos, martillos o leznas, es lo mismo.

La mujer de un carpintero es igual a la mujer de un zapatero. La una da palo y la otra da cuero. La felicidad del hogar no depende de cosas materiales…

En el teatro corriente, en el teatro “humanizado” y académico, sería preciso intercalar una escena de celos o un disgusto conyugal, antes de llegar al acto cumbre del asesinato. Para la marioneta juglaresca y popular, todo eso viene sobrando. Se da como un hecho que el matrimonio en cuestión es un desastre, y nada más… Esto es ya un axioma en la copla. Y un axioma lleno de un dolor agradable y exagerado del cual se siente contento y hasta satisfecho todo marido de la cristiandad.

De la cristiandad, digo intencionadamente, porque el alma de nuestro muñeco es profundamente religiosa. Toda esa actitud burlona y contentadiza hacia las dificultades del matrimonio es una consecuencia directa de su fe. Esos títeres de guiñol, con su miedo al diablo y sus signos litúrgicos son nuestro pueblo al vivo, lleno de cruces y de medallas en el cuerpo y en el alma. La bendición del cura no fue una escena simbólica ni un cuadro de referencia para orientar al público.  Fue, en artesana y real realidad, la echada de un lazo indisoluble, el atado permanente de un hombre y una mujer. Nudo que tiene, para el zapatero, toda la resistencia y la tenacidad de un cordón de zapato… Ensamblaje de madera para el carpintero, que necesariamente tendrá la forma y la aspereza de la cruz…

El juguete tiene que encontrar una solución a este conflicto penoso y divertido. Si la muerte es lo único que puede disolver el matrimonio, lo único que puede terminar con las desdichas de Chico Perico, es necesario que Chico Perico mate a su mujer. Solución limpia, decente y religiosísima, desde el punto de vista de la payasada.

Y Chico Perico mata a su mujer. Como ya no la aguantaba, le dio un martillazo directo, seguro, en la mollera. Un solo golpe digno de su mujer… No entierra el cadáver, en primer lugar, porque no cabe un cementerio dentro del proscenio de un guiñol, y luego porque piensa llevar su venganza más lejos.

Toma a su mujer muerta y la hace “tajaso”. ¡Poco a poco le va sacando deliciosamente los lomos, los lomillos, el mondongo y las posaderas! Arroja el corazón al perro, que lo devora. Luego exprime las bilis del hígado sobre el mismo animal, que cae instantáneamente muerto…

Monta Chico Perico una carnicería con los tasajos de su mujer. No oculta a los compradores la procedencia de la mercancía. Chico Perico anuncia su venta a gritos: “¡Carne de mi mujer! ¡Vendo carne de mi mujer!”

Esos pregones obscenos en nuestra sociedad, tuvieron su significado preciso en el barrio de los muñecos. Es decir, todo el mundo entendió que Chico Perico vendía pedazos de carne de su mujer muerta. Cualquier otra cosa era incomprensible, tenía que ser incomprensible en la vida pura y decente del títere.

Llegan los compradores, y al mismo tiempo alcanza el absurdo la risa final del espectáculo… Los clientes examinan la carne. La toman en sus manos y luego de olerla, la rechazan.

“No, no es de mujer…”

“Es de mujer, ¡uf!, es de mujer…”

“Si fuera de hombre, pero… ¡es de mujer!”

Y la venganza de Chico Perico está consumada, la cruel venganza burlesca de todos los Chicos Pericos de nuestro pueblo nicaragüense. El rechazo de la carne incomible, intolerable, viva o muerta.

Algunos agregan a la copia: “Sólo el payaso la pudo comer”.

El payaso, que logra hacer reír comiendo una cosa imposible de digestión…

La burla está cumplida de manera violenta y titeresca. El honor del varón ante el sentimiento cruel y dulce del matrimonio, está salvado con la farsa. Los maridos pueden retirarse del teatro con el alma más aliviada. El casamiento vuelve a indicarles el camino de su casa.

Y aún las mujeres, ríen con toda alegría y sinceridad.

Abril de 1946

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Joaquín Pasos (1914-1947)

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